Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- A la muerte de Néstor Kirchner, el ex presidente argentino, como pocas veces se ve, salieron a la calle miles de compatriotas a despedirlo, gritar su nombre entre sollozos.
Es un espectáculo que en México se antoja raro con los políticos mexicanos, donde si bien saldríamos a la calle, seríamos para confirmar que verdaderamente se murió el gobernante.
El presidente Lula, de Brasil, está saliendo de su periodo como gobernante del gigante de Sudamérica en medio de una enorme popularidad, que le ha merecido el reconocimiento no sólo de sus compatriotas, sino de la clase política en el mundo. La admiración por cumplir en su periodo de gobierno las metas de tener a la bandera verdeamarela en la cumbre.
Sebastián Piñera, de Chile, no sólo se ganó por unas semanas los espacios en televisión mundial por el rescate de los 33 mineros chilenos atrapados en algún punto del desierto de Atacama. Dicha situación, que en México tocó muchas fibras sensibles por lo acontecido en Coahuila, volcó comentarios solidarios con los chilenos y puso en tela de juicio la actuación de los empresarios y gobierno mexicanos en el caso de Pasta de Conchos.
Piñera, aunque con recientes deslices como el poner en el libro de visitantes de Alemania una frase nazi, considerado como de derecha progresista, en un país donde precisamente se ha destacado por gobernantes más sociales, más concientes. Michelle Bachelet salió con la frente muy en alto.
Todos los anteriores sin duda tienen errores, tienen detractores y quizás hasta graves fallas en sus gobiernos, pero en sus pueblos son apreciados, queridos, con gran aceptación popular por las medidas que han llevado a Argentina, Chile y Brasil a ser los líderes de Latinoamérica (en especial los dos últimos).
En las cumbres internacionales se les nota su peso, su influencia, su liderazgo, algo que México ha perdido con el tiempo; me atrevería a decir que (sin tampoco olvidar a los nefastos gobiernos priístas) desde Fox y sus ocurrencias, a nuestro país ya no se le toma con seriedad.
¿Qué estará mal en nuestro país que si acaso recordamos funerales de estado y multitudinarios son de nuestros artistas? Desde la muerte de Cantinflas, no recuerdo otro más vistoso hasta nuestras fechas, donde la multitud se volcara a las calles para despedir al ídolo.
¿Son tan malqueridos los gobernantes mexicanos? ¿Los ciudadanos somos tan indiferentes con ellos?
México más bien podría despedir con honores, en algún pueblo recóndito, a un capo de la droga por los favores otorgados al pueblo; es más fácil que lloremos la muerte de personalidades de la televisión, que la de un gobernador, ya ni se diga de un presidente.
Nuestra clase política ni siquiera está conciente de esto. El legado para ellos es aparecer en la mayor cantidad de periódicos posible, vía gastos de Comunicación Social; no les importa el trascender con el trabajo hecho, la honestidad, la congruencia, la sencillez. ¡Coño, hacer un buen servicio al pueblo!.
Por el contrario, pareciera que el requisito para ser gobernante en México tiene que ser todo lo contrario de las buenas virtudes: ser un mal administrador, salir marcado como ratero; mentir, mentir, seguir mintiendo cuantas veces sea posible; arroparse con cuerpos de seguridad no por miedo a delincuentes, sino al mismo pueblo y sus reclamos. Se toman muy a su manera preceptos de “El Príncipe” de Maquiavelo.
Para ser gobernante en México, la primera característica es que se tiene que ser o volverse impopular, despreciado. Pertenecer a una clase política repudiada, cubrir sus secretos, adentrarse en ellos, perpetuar los intereses.
El ser político en México, al contrario de lo que pasa en los países antes mencionados, pareciera que tiene por meta no servir, ni siquiera atender demandas básicas y urgentes de un país cuya población está sumida en la pobreza extrema.
En México, en sus estados, rendimos tributo a los políticos porque es de manera obligada o prostituida: tienes que ir a la asamblea, porque pasan lista; tienes que ir al mitin del candidato porque te van a dar 200 varos; tienes que hablar bien del señor, porque es todopoderoso y vengativo.
En resumen, no habría porqué celebrar alguna virtud a los políticos mexicanos y despedirlos con honores por haber servido al estado; tampoco habría porqué, dado que es una obligación al rendir protesta como gobernante.
Ver cómo en otros países donde se despide a sus gobernantes o se celebra a los actuales, en verdad que causa envidia, porque aquí nomás nos acordaremos de los muertos en una guerra contra el narcotráfico que ha originado una violencia sin precedentes en México.
Igual no olvidaremos, al menos en Veracruz, excesos como el culto a la personalidad. El color rojo que la verdad nos tuvo hasta la mutter. La deuda aceptada.
Así son los figurines: los despiden de lejitos, abandonados, sin ser verdaderamente líderes populares; sólo un ladrillo más de la nefasta barda política mexicana.
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