2 de mayo de 2010

Doble moral del racismo en México

Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- Las noticias de esta semana fueron todas en un sólo sentido: posturas azotadas de la clase política, arrancarse a jirones la camisa, poner el pecho para recibir las balas. La razón: la aplicación de una ley en el estado de Arizona que pone en la mira a los latinos, y especialmente a los mexicanos.

Los gringos, pienso, tal vez ya se dieron de nuestro plan de ir recuperando lo que nos arrebataron hace siglos, mandando hordas de mexicanos desempleados a ir plantando la bandera del águila y la serpiente en suelo del tío Sam.

En un plan menos mafufo, parece sorprendente que el gobierno en sus tres niveles condene, señale, promueva boicots, siembre enojo en la población contra una gobernadora estadounidense y una ley que esperamos tengan remedio.

Es verdad: no hay cómo justificar una ley racista, pero nos preguntamos si de este lado existe la autoridad moral para pedir que no se maltrate, rechace, se aplique el racismo con los connacionales expatriados, si los que pasan por México desde Centroamérica y otros países del mundo sufren peores penurias.

Usted entreviste a un inmigrante que sea capturado por policías mexicanos y le van a dar la respuesta más dolorosa: “El problema no es llegar a los Estados Unidos; es pasar México”.

En Acayucan, ¿cuántas veces no se han encontrado a meretrices de origen centroamericano que son obligadas a prostituirse?

Se critica la presencia en el escenario del sheriff americano Joe Arpagio, quien realiza redadas contra los de piel morena en base a su juicio intolerante… ¿Cuántos jefes de la policía o del Ejército no lo son incluso hasta con sus propios compatriotas? ¿Cuántos de ellos no serán igual o peor de ignorantes?

¿Cuántos policías no participan de forma directa en el tráfico de humanos? Los recogen, los secuestran, los “arrestan”… ¿Cuántos no lo hacen de manera indirecta al proteger a las mafias que los raptan en Coatzacoalcos?

Vaya, no es de a gratis que exista por momentos plena desconfianza y hasta repulsión hacia las fuerzas armadas y policiacas que se supone deben proteger a la población, pero que parecen hacer todo lo contrario con niños asesinados en retenes.

¿No somos racistas? Una esposa de un alcalde veracruzano en alguna ocasión se vistió con sus mejores ropas para acudir a una gira del DIF estatal a los barrios marginados; al recibir los reproches, la señora preguntó cuál era el problema: “¿Pues qué no íbamos a ver pobres?”

¿No somos intolerantes? Cuando el panista Alejandro Cossío era delegado de Migración en Veracruz, saltó a la fama porque hizo un escándalo por intentar sacar a la fuerza a un turista chino que había sido estafado en México y se había refugiado en un albergue católico.

Aquí en Veracruz, hasta hace poco el debate era que si había posibilidad de que los homosexuales adoptaran niños, lo cual fue rechazado con un rotundo NEL, PASTEL… Que si se casarían aquí, futs, la derecha veracruzana arremetió con todo y dijo que Diosito está en contra de ello.

Buscamos y buscamos dónde demonios lo dijo y cuándo lo dijo Diosito, pero pues no hallamos esa declaración divina, pese a que en Veracruz existen etnias que respetan de manera honorable a los hombres que se visten de mujeres, llamados Muxes.

Qué decir del trato que le tenemos a nuestros propios indígenas, cuya situación no les ha cambiado desde que llegaron dizque a conquistarlos. ¿Cuántos tienen acceso a educación y salud? Vaya usted a Soteapan y resulta que ahí los médicos atienden de 9 a 11, y sólo de lunes a viernes

¿Cuántos indígenas tienen acceso a los servicios básicos de vivienda: agua, drenaje, luz? ¿A cuántos no le regateamos un mueble que se nos hace caro si nos lo dan en 200 pesos, sin ponernos a pensar lo que caminó todo el día para venderlo?

¿A cuántas marchantas no le pedimos rebaja a la verdura que vende para conseguirla más barata sin pensar si la señora con esos 15 pesos le alcanzará para comer hoy?

En serio, si algo no nos pueden enseñar los gringos es a ser racistas. Aquí lo somos por naturaleza, nomás que nos hacemos los occisos.

Ah, pero eso sí, qué poca madre de la gobernadora de Arizona…


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