Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- Recientemente recibí un correo con una presentación de imágenes respecto a la labor del Ejército Mexicano.
Habla de que mientras uno decide el viernes o sábado a qué cantina ir y cuánto gastar en copas, el soldado tiene que recorrer las calles de noche con verdaderas y altas posibilidades de morir. Que mientras uno se queja de que no llega el mensaje de la novia por celular, ellos pasan días sin ver a sus familiares.
Veracruz ha estado ligado de manera íntima a las fuerzas armadas: el Heroico Colegio Militar se funda en la fortaleza de San Carlos, en Perote; batallas legendarias se libraron en tierras jarochas; edificios históricos como “El Castillo”, en Martínez de la Torre; el ex-hospital Militar Regional del puerto de Veracruz.
No por nada existen tres zonas militares en tierras jarochas (19ª, en Tuxpan; 26ª, en El Lencero, Xalapa; y la 29ª, en Minatitlán) y un cuartel de región militar (VI Región Militar en La Boticaria, Veracruz).
No podemos dejar de lado la presencia de la Marina Armada de México: la Fuerza Naval del Golfo tiene su base en Tuxpan, junto con la Primera Región Naval; la Tercera Zona Naval en el puerto de Veracruz y el Sector Naval en Coatzacoalcos.
Los veracruzanos estamos acostumbrados a la presencia de las fuerzas armadas desde que tenemos memoria y me atrevo a opinar que son pocos los que tienen una mala opinión, como el caso de la diputada local Margarita Guillaumín, de extracción perredista.
Considero a la señora como una política aguerrida que ha demostrado un buen papel en el Congreso local, pese a la apabullante mayoría tricolor que mueve los hilos del poder legislativo en Veracruz.
No obstante, creo que mencionar que el Ejército no merece que se le glorifique o se le coloquen letras de oro en el recinto legislativo porque --a su parecer-- están envueltos en violaciones a los derechos humanos, es una postura muy superficial ante un legado histórico que, al menos en Veracruz, nunca podrá ser borrado con argumentos tan pueriles.
Es cierto, la diputada Guillaumín tiene todo el derecho de criticar la labor del Ejército y no dejar que se olviden excesos en las fuerzas armadas, pero el negarle la glorificación con letras de oro en el Congreso jarocho pone en tela de juicio si la clase política criticona y hablantina tiene la autoridad moral o es mero chocholeo de una izquierda retrógrada y anarquista.
Sí, porque a la diputada Guillaumín se le olvida que como representante del PRD en el Congreso --ojo, es plurinominal, que no obtuvo votos directos de la población--representa a la vez a un partido de izquierda que si bien está derrumbándose a nivel nacional, en Veracruz tiene rato que presume de sus ruinas.
No obstante, creo que el Ejército no necesita letras doradas ni vejigas para nadar por parte de la clase política. Los soldados y marinos cumplen con su labor, y más ahora que se aproxima la temporada de las lluvias fuertes es cuando más se les recuerda y honra.
Vaya, ni López Obrador habla mal de ellos.
Y sí, no hay blancas palomas en las fuerzas armadas. Habrá desde los impertinentes borrachos que los taxistas en Minatitlán no quieren levantar, hasta generales que protejan el narco. En cualquier escala no dudo que exista algún mal elemento o elementos, pero no son quienes hablan por toda la institución.
Es como decir que en el PRD todos son marihuanos o vividores de fundaciones fantasmas.
Y es cierto, no cabe duda que este sexenio ha sido el peor contra la imagen que se tenía del Ejército, pero creo que es más complejo en su origen: ¿quién sacó a la calle a los soldados? ¿Quién los mantiene ahí? La razón es simple: impacto mediático; ver circular los camiones llenos de soldados, intimidando supuestamente a los malandros, pero allá en las cúpulas se sabe que la estructura financiera del narcotráfico está intocable.
Es decir, el Ejército cumple con una función que su comandante en jefe Felipe Calderón Hinojosa les dicta; los obliga a salir a las calles, los obliga a realizar funciones de policías para lo cual no están destinados… Y mientras sigue el circo, el dinero, el financiamiento, allí donde realmente le duele a la delincuencia organizada --sobran especialistas que lo han repetido hasta el cansancio-- está intacto todo.
Echarle la culpa al Ejército o expresarse como lo hizo la diputada Guillaumín es triste, desafortunado. Veracruz le debe mucho a las fuerzas armadas, tanto navales como terrestres.
Por eso si a capricho de una clase política le colocaban o no sus letras en el Congreso de Veracruz, como diría Arturo de Córdova: “no tiene la menor importancia”, porque reconocimiento histórico hay y de sobra.
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