Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- 7 de la madrugada. La desmañanada para un dormilón como su servidor, es por que los caminos hacia Xico en las fiestas de Santa María Magdalena --dicen-- se saturan de vehículos particulares, camiones de transporte y hasta gente que se va a pie desde comunidades cercanas.
Es la tradicional Xiqueñada del 22 de julio. Fiesta popular que trasciende fronteras: decenas de extranjeros se pueden ver por las calles caminando, embriagándose con la tradicional morita o con cerveza.
Hay de todo por las calles de Xico: familias enteras, banda de malandros menores de edad bajo los influjos del alcohol, mucha prensa, muchos policías. En general todo mundo en paz y disfrutando.
Este pasado 22 lo único que arruinó la fiesta fue la lluvia. Sendo aguacero que mantuvo incómodo a los visitantes; dichosos aquellos que podían ingresas a casas particulares para desde los balcones ver a los toros sueltos: ahí bajo la comodidad de un techo cálido, lejos del agua, sin problemas para engentarse.
Este año la xiqueñada estuvo deslucida, pero no sólo fue la lluvia castrosita que para quienes llevamos huaraches supimos al día siguiente a que olía en casa la caca de caballo.
Este año la xiqueñada sufrió los embates, creo, de dos factores: lo económico y la guerra contra la delincuencia organizada hicieron sus estragos en lo que regularmente era una de las fiestas donde la asistencia del turismo estaba asegurada.
Los oriundos del pueblo y quienes viven a los alrededores se extrañaron que esta vez la cola de vehículos no llegaron hasta Coatepec. En serio: para llegar a Xico, ya desde el centro de la cafetalera ciudad se palpaba a vuelta de rueda el tráfico vehicular intenso.
Allí por Las Puentes --congregación de Coatepec, cuyas calles también son un atajo hacia Xico-- vieron con asombro que esta vez el pueblo no estaba bloqueado, atiborrado de vehículos que preguntaran por dónde se iba a Xico.
En síntesis, hubo mucho menos gente de lo que se pensaba que iba a haber.
Estuvimos desde temprano, ahí nos instalamos en las gradas gratuitas bajo el Palacio Municipal dispuestas para la prensa y pensamos que sí iba a estar lleno, porque los asientos se llenaron en cosa de minutos. La realidad era --y nos lo comentó un compañero de Milenio-- que este año “ora sí se la prolongaron los paisanos” al cobrar 150 pesos por asiento para ver la Xiqueñada.
Poco antes de iniciar la fiesta nos comentaron que entonces ya le bajaron los precios a 70 pesos. No estaba resultando el negocio porque este año no hubo tanto turismo para cobrar lugares tan exclusivamente.
Otro detalle vistoso fue que no hubo tanta gringada. Si acaso contamos tres parejas en todo el rato, y uno esperando a lo tonto para ver a la primera gringa borracha. Este año, pareciera que ante la inseguridad, las balaceras, los sicarios que parecen multiplicarse más que los policías, los tantos llamados de la embajada norteamericana para que no se visiten determinados puntos de México se contagiaron para todo el país en general.
Tampoco en Coatepec se vio una asistencia de extranjeros. La visita del gran actor mexicano Fernando Becerril fue de lo poco que se pudo apreciar.
En lo económico, el simple hecho de querer cobrar 150 pesos era poco inteligente para un turismo más regional y de camadas grandes que llegan a la fiesta: para una familia compuesta por padres, hijos, abuelos, tíos, etc., el costo iba a ser exorbitante.
Hay tramos de calles que tampoco se han terminado de reconstruir, obras que estorban y dan mal aspecto.
Tuvimos que salir de la Xiqueñada antes de tiempo por causas de fuerza mayor. Ni modo, otro año que nos perdemos de la embestidas de los toros con los que se dicen valientes por enfrentarlos.
En general, para los pocos asistentes fue una fiesta que se disfrutó al máximo: comieron, bebieron, disfrutaron pese a las inclemencias del tiempo, pero no tuvo tanto éxito como en ediciones pasadas, donde llegar a Xico era un verdadero calvario.
Ojalá el año que venga todo sea mejor. Xico lo merece.
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