5 de mayo de 2010

La fotosíntesis

Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiazgmail.com.- Espalda fría, pared fría. Un moco se escurre como lágrima por encima del labio, se entrelaza con los escasos vellos de un remedo de bigote y se lanza al vacío para estrellarse en la panza.

Anunciaron frente frío. Hace calor… ¡Qué daría por tantito sopor! No basta con tener la ventana abierta para dejar que pasen… tres o cuatro bocanadas de aire fresco cada 10 minutos. Puro maldito chaquiste.

Tengo ganas de escribir. Son las 3.29 de la mañana, pero no tengo nada en la mente más que muchos mocos aspirados para que no caigan sobre la valiosa portátil. Me duele hasta la choya, porque seguramente ahí, en la frente, tengo ya una colonia de secreciones paracaidistas que encontraron un lugar para establecerse y causar molestias.

Sólo veo dos puntos en la habitación. Dos leds: uno amarillo y otro azul. Prendo la tele, pero en el History Channel siguen igual de fatalistas: que el mundo se va a acabar, que Nostradamus, que Hitler, que los nazis, que las guerras; para ser canal histórico, más bien parece apocalíptico.

Quiero ver pornografía. Vamos al internet: una canadiense rebelde. Una adolescente rusa que siempre tiene 18 años. Que la Lohan va a hacerla de “garganta profunda”, ese legendario personaje que tenía el clítoris en la garganta.

Podemos escuchar a The Who: “Teeneage wastelaaaaaaaand… It's only teenage wasteland”… “No one knows what it's like… To be the bad man… To be the sad man… Behind blue eyes”… “Who the fuck are you?”

Espera. Miro al techo blanco (jeje, albur involuntario). Ahí está un churrumino. Supe por un amigo de la secundaria de apellido Assante que se trata una especie invisible de insecto que se aloja en el cabello; se debe proceder con cuidado, tomarlo con los dedos índice y pulgar, e inmediatamente ser ingerido para que su podredumbre sea en los ácidos estomacales.

Hasta donde supe, nunca hubo una epidemia en la Justo Sierra. Al menos nunca supe de alguna revisión de churruminos. Contra piojos, sí, pero no los churruminos.

Pero ahí está, detrás del foco. Escondido inocentemente tras un cristal abombado para crear vacío, a un lado del filamento. Cree que no lo he visto porque estoy escribiendo en la oscuridad, pero esos ojos verdosos como de medio milímetro cada uno son penetrantes; hacen que el foco tenga un par de puntitos verdes como los leds amarillo y azul.

Ahora son cuatro: amarillo, azul y un par de verdes acechantes.

Hasta donde sé, dicho ser no es agresivo. No toma la iniciativa de atacar, no se avienta al ruedo así nomás porque sí. No sé si tenga colmillos, dientes, esté chimuelo o tenga boca de lamprea.

Desconozco si tiene alas… Si defeca, fornica, toma alcohol, chupa sangre, come excremento… Yo sólo sé que escucho a la casa del sol naciente: “Oh mother tell your children. Not to do what I have done. Spend your lives in sin and misery in the House of the Rising Sun”…

Yo sigo escribiendo. Me falta un cigarro, putísima madre… Ya está “White Room” de Cream, y yo sin un pinche cigarro… ¡Ah, la guitarra Fender del Clapton parece que tiene vida propia!

Sigo escribiendo porque no creo que la pequeña bestia tenga las intenciones de atacar; no le veo en sus ojos fosforescentes alguna malicia para causarme daño mientras escribo un relato de mi desvelo. Quiero pensar que está agazapado pero para estar alerta de su depredador natural, no para invadir.

Tengo que confesar que me estoy dejando crecer el cabello, lo cual sería un refugio ideal para el churrumino… Comfortably numb: “Just the basic facts… Can you show me where it hurts?”, quiero un cigarro, chingao. Estoy inspirándome más y más en estos primeros segundos de las cuatro de la mañana, oyendo, consumiendo lo que es más efectivo que un pasón de mota, pero no tengo un miserable cigarro.

El churrumino permanece tras el foco. Debe estar muy limpio porque acabo de cambiarlo, luego de que aquí la instalación es más vieja que la nieta de la señora que vende tamales al lado del señor que vende elotes. Ahí permanece, ad hoc, “confortablemente aturdido”; hace los ojos como gato: hace como que te ve, pero no te ve, o sí te ve, pero hace como que no, porque le pesa más evitar la fatiga.

“Manic Depression” de Jimi Hendrix. Esta noche es de guitarras Stratocaster… y de calor... ¡Ah que pinche calor, no mames! Un moco se escapa, gotea, toma su bandera hecha de moco más seco desde las entrañas de mi nariz y se lanza al barranco que forma mi piel. Allá se estrella y se hace agüita. Murió por la patria.

Soy preso de este aposento, sólo por quererte amar… No es una canción que esté escuchando. No puedo romper con el ritmo, así que tengo a Killer Queen, de ídem. Es sólo que me acordé de esa nena.

Ya me recosté con una almohada en la cabeza y la computadora sobre una pierna. La pared fría solamente me está congelando la espalda. Me pica el culo: deben ser las lombrices, pero por si las moscas veo a ver si está el churrumino todavía escondido en la inmensidad oscura de la habitación, allí tras el foco. No vaya siendo que busque entrarme.

Ahí están los ojos. Bien, tengo lombrices.

Por momento siento que este relato no tarda en estancarse, porque el peso de la madrugada, la noche tan solitaria y la penumbra tienden a ser aburridas luego de largo rato de no hacer nada. Me vuelvo a sentar en la cama con la computadora sobre las piernas siguiendo el ritmo que tenía antes… ZZZZzzzzzz, sueño.

Bostezo, les digo que me iba a estancar…

Weuw… Weuw… Weuw… Weuw… Weuw… Weuw… Weuw… Weuw… La guitarra de Clapton en “While my guitar gently weeps”.

Llevo tres hojas de reverendas mamadas… Clin, Clin, Clin, Clin, Clin, Clin, tirirín, la lira de Page en “Stairway to heaven”…

Ya me voy a dormir. Buenas noches, mundo cruel; buenas noches, gata cruel; buenas noches foquitos crueles; buenas noches churrumino… ¿Churrumino? ¿Dónde se metió? ¿ Dónde está?

Cuento los leds: uno amarillo, uno azul… ¿dónde demonios están los verdes? Veo unos rojos, pero no los verdes… Espera, ¿rojos?... ¿Dije “rojos”? Esos los tengo justo encima de mi, viéndome con sadismo, como si fuera el mero pituche.

Trato de no moverme mucho… ¿Qué se hace en estos casos cuando un churrumino se vuelve tan amenazante? Espera… ¿sí es el churrumino? ¿por qué los ojos rojos ahora? ¿No será otro bicho? ¿No será que imagino el rojo por estar escuchando “Red House” del maestro Hendrix?

--NO, COÑO, SOY YO.

No-ma-mes. A-su-ta-pu-dre-ma… El churrumino puede hablar; peor: puede leer la mente, porque yo no dije nada.

--SI, COÑO, PUEDO LEER LA MENTE Y HABLAR. TE PUEDO MENTAR LA MADRE TAMBIÉN PORQUE SOY DE ALVARADO.
--¿Y qué es lo que quiere, señor…?—
--TURRUBIATES. PERGENTINO TURRUBIATES.
--¿Usted es un churrumino?
--ASÍ ES, Y TIENE RATO QUE LO OBSERVO MOVERSE EN LA CAMA. DEDUZCO QUE ESTÁ PASANDO OTRA VEZ INSOMNIO.
--Creo que sí… Pérate, wey, ¿cómo que otra vez? ¿Cómo sabes que padezco insomnio?
--LO VIGILO DESDE HACE RATO. LO QUE ME SORPRENDE ES QUE FUERA LA PRIMERA VEZ QUE SE DÉ CUENTA DE MI PRESENCIA.
--Es que la verdad no me acordaba de los churruminos.
--¿YA SABÍA DE MI EXISTENCIA?
--En la secundaria un amigo me habló de ustedes. También recuerdo que tenía un juego sexual con una compañera donde le decía que tenía uno de ustedes en el cabello, pero era pretexto para tocarla… ¿quién no? Su pelo olía a rosas… Pero ¿por qué me habla a gritos?
--SI TE DAS CUENTA, SOY ALGUIEN CUYO TAMAÑO NO SE APRECIA A PRIMERA VISTA. SOY MILIMÉTRICO, APENAS PERCEPTIBLE. MUCHOS NI SIQUIERA SABEN QUE EXISTO. TENGO QUE GRITAR PARA QUE ME ESCUCHES.
--Yo creo que estoy soñando. Usted era un bicho imaginario. Alguien que nada más era el pretexto para oler el cabello olor a rosas de esa niña. Si acaso para castrar a alguien con un mal chiste.
--SI ESTAS SOÑANDO, ENTONCES CÓMO ES QUE NO DEJAS DE ESCRIBIR SOBRE NUESTRA CONVERSACIÓN…

Ya para esto iba a la mitad de la cuarta hoja transcribiendo el diálogo con Turrubiates. Tenía razón: no podría estar soñando, porque todavía escucho a The Who, a Velvet Underground, vaya le cambié a un tal Newman que ni conozco para poner “Badge” de Cream… Es más, le cambié varias veces hasta llegar a “Sunny Afternoon” de los Kinks.

--¿Y se le ofrece algo Turrubiates? ¿Un Nescafé, un te, agua?
--ASÍ ESTOY BIEN, EN REALIDAD VENGO POR TUS MOCOS.
--¿Por mis qué?
--VEO QUE ESTAS ESCURRIENDO TUS FLUIDOS NASALES.
--Nel, pero yo por qué… Además, son míos. Mire, ya casi ni escurro, tengo todo constipado.
--PERO TIENES MUCHOS ACUMULADOS EN LA CABEZA…

Ya me dio en la madre Turrubiates. Ahora no sólo ya me espantó el sueño, sino que amenaza con meterse en mi cabeza… “Whoooooo are you uh-uh uh-uh?”

--¿Y qué si me niego?
--NO TIENES QUE NEGARTE, SIMPLEMENTE OCURRIRÁ… ¿SABES? MUCHOS HUMANOS NI CUENTA SE DAN CUANDO NOS METEMOS A COMERNOS LOS MOCOS. NO SABEN QUE INCLUSO ES VITAL DICHO PASO PARA QUE VIVAN, PUES ES PARTE DE LA FOTOSÍNTESIS.
--Ay, no mames, Turrubiates…
--MIRA, LOS CHURRUMINOS TENEMOS SIGLOS DE EXISTIR. MUCHO ANTES DE QUE DIOS UN DÍA SE LEVANTARA CON GANAS DE CONSTRUIR EL MUNDO EN SIETE DÍAS, YA TENÍAMOS COMO DOS SIGLOS VIVIENDO TRANQUILAMENTE. ÉL HIZO LAS PLANTAS Y VIO QUE ERA BUENO; DESPUÉS HIZO AL HOMBRE Y DIJO “YA QUE PEDO”, PERO ANTES DE LAS PLANTAS, NOSOTROS HACÍAMOS EL OXIGENO.
--¿Y ahora que hay plantas?
--PUES NOS ADAPTAMOS AL HOMBRE, Y SUS DESECHOS NASALES SON NUESTRA FUENTE DE CONVERSIÓN.
--Oye, pero…

Turrubiates no pidió permiso. Ya había sido suficientemente diplomático para hacer entender que no iba a requerir autorización para meterse a la nariz, llegar a la frente del cráneo y combatir la mucosidad invasora. Que instalado ahí, llegaría al cerebro para controlarme; que el Pablo Jair que acostumbran ver iba a ser en realidad Pergentino Turrubiates disfrazado de mí.

Pergentino llegó al cerebro… Estoy… saliendo por la nariz… me agarro de un pelillo, caigo por la fuerza de gravedad… Soy un moco hecho lágrima y me estrello. Ya no soy Pablo Jair.

Ahora yo lo acecho. Escondido detrás de este foco que siempre es nuevo porque la instalación eléctrica siempre ha estado jodida. Cambio mis ojos verdes a rojos y me poso sobre su cabeza y lo veo escribir:

“Espalda fría, pared fría. Un moco se escurre como lágrima por encima del labio, se entrelaza con los escasos vellos de un remedo de bigote y se lanza al vacío para estrellarse en la panza…”

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