24 de septiembre de 2007

Jóvenes sicarios (Adieu, monsieur Bip)

Este domingo 23 en Coatepec, la población se dispuso a superar los terribles hechos sangrientos del 7 de agosto, cuando por el rumbo de Los Carriles mataron al inspector de Policía Honorio Gutiérrez Muñoz, y cuyo escolta Pablo Aguilar Ruiz, persiguió a los sicarios hasta Xalapa, pero tuvo la misma suerte que su jefe.

Precisamente ahí en Los Carriles se dedican a confeccionar los famosos arcos que engalanan las entradas de las iglesias de la región, y en particular con la festividad que se acaba de inaugurar este domingo: las fiestas patronales de San Jerónimo. Desde ese lugar, en las partes altas de esta ciudad colonial, hacen con flores y madera los gigantescos adornos que cargará una multitud de coatepecanos, para descender hasta la parroquia del santo y colocarlo en la entrada de dicho templo.

Paulatinamente regresó la calma a Coatepec. Hoy, a casi dos meses, no se sabe nada sobre quién o quiénes mataron a Honorio Gutiérrez Muñoz, pero los coatepecanos tienen claro el por qué: “por actuar como sheriffe”, es la respuesta más común.

El problema, dicen varios, es que quiso actuar con mano dura. No es que se le recrimine tal forma de trabajar, al contrario: muchos reconocen que el fallecido inspector ya había limpiado a buena parte de Coatepec de “graperos”, especialmente jóvenes. Diario detenía por lo menos a uno, y quienes se llevan con tales individuos, comentan que se habían topado con un tipo que ahora sí los estaba metiendo en orden.

Pero más allá de problema de salud pública o de seguridad nacional, para los capos éste es un negocio, y como tal, tienen que cuidar los intereses. Se sabe que un importante jefe de los narcotraficantes había llegado meses antes de los homicidios a Coatepec para hablar con el inspector y llegar a un acuerdo, “de a cuánto iba a ser”. El encuentro se dio por allá en Briones, pero nunca acordaron nada. Lo demás es ya historia conocida: amenazas de muerte surgieron en cascada.

Ese fatídico día, el inspector de Policía salía de su domicilio particular después de haber ido a comer. Iba en su motocicleta, y escoltado sólo por el elemento Pablo Aguilar, quien iba en la patrulla, atrás de su jefe. Al momento de doblar hacia una calle que lo llevaría a la Inspección, una camioneta Cherokee blanca se interpuso pidiendo el paso entre el jefe policiaco y su ayudante, a lo cual accedió éste último. Segundos después, la Cherokee arremetería contra la moto del inspector, quien cae al suelo y antes de poder levantarse, un joven que no rebasaba de los 28 años, bajó detrás del chofer y lo remató con una ametralladora. Subió a la unidad, y el escolta comenzó a hacer disparos inútiles: la unidad de los sicarios era blindada.

Los testigos oculares relatan que a bordo iban al menos unas cuatro personas, todos jóvenes en promedio de 25 años. Otra camioneta Toyota los esperaba como vehículo insignia, que lo guiaría hasta las afueras de la ciudad. También relatan de una camioneta Silverado que estuvo apoyando la acción. En todas se pudieron apreciar a jóvenes de no más de 30 años.

Finalmente se dio la persecución, pero según testigos, los de la Cherokee se perdieron y tomaron una ruta diferente para huir sobre la calle Hernández y Hernández, que si bien no es una arteria principal, sí tiene tráfico regular y no tiene preferencia. Esta Cherokee es la que fue abandonada en La Pitaya, luego de que llegaron a Xalapa y retornaron para Coatepec nuevamente tomando el camino hacia Briones por la zona conocida como Los Arenales, después de haber matado al policía Pablo Aguilar, cerca del Museo de Transporte de Xalapa.

El dato interesante es la presencia de jóvenes en tales hechos sangrientos. En Coatzacoalcos, el 10 de marzo de este año, fueron detenidos 5 jóvenes que portaban tres armas largas tipo R15 y tres escuadras calibre 9 milímetros, abastecidos de cargadores y una gran cantidad de cartuchos, quienes viajaban en una camioneta Ford Expedition. Se identificaron como Ramiro Pérez Moreno, de 26 años de edad; Alfredo de la Fuente Ramos, de 29 años de edad; Carlos García Hernández, de 21 años de edad; Luis Antonio Azuara Rodríguez, de 26 años; y Gerardo Sánchez Trujillo, de la misma edad, quienes dijeron provenir de Nuevo Laredo y Matamoros. En las imágenes se aprecian efectivamente a 5 jóvenes, cuyos rostros son todavía de niños.

Se dice que iban a secuestrar a un presunto narcotraficante de Oluta, quien se encontraba realizando compras en una conocida plaza comercial del antiguo Puerto México, pero que al ser descubiertos prefirieron retirarse, no sin antes ser detectados por la Policía Municipal, que los enfrentó. En su detención, uno de ellos exigían la presencia del delegado; también mencionaba la clave de un comandante de la policía municipal. Horas después vendría un impresionante operativo de policías federales desde la Ciudad de México, para llevárselos a la capital.

Recientemente, en este mes, también se detuvieron a bandas en donde se apreciaban jóvenes entre sus integrantes. El día de las elecciones locales, 2 de septiembre, en Córdoba se detuvieron a 23 personas que viajaban a bordo de tres vehículos con alto blindaje (entre ellos un Stratus, que es catalogado como un carro muy pesado para ser una unidad policiaca), encabezados por quien se identificó como Adrián Varela Gómez, comandante del Grupo Leopardo de la Policía Judicial del Estado de México; entre los detenidos había algunos que no rebasaban los 30 años. Fueron liberados horas después.

En Xalapa, y tras un frustrado secuestro a un comerciante en Banderilla, fueron detenidos 3 de cuatro jóvenes que se enfrentaron con elementos de la Policía Intermunicipal, cerca de Centro de Especialidades Médicas; los arrestados fueron identificados como José Luis Hernández Rodríguez, de 23 años, quien resultó herido; Baltasar Rivera, de 27 años; y José Luis Carballo Marrón de 26 años. En la balacera, a uno de los delincuentes se le cayó una granada de fragmentación. Viajaban en una Ford Lobo de lujo, 4 x 4, de doble cabina y polarizada, con equipos sofisticados de radiocomunicación.

En estos cuatro casos tenemos una particularidad: una nueva generación de sicarios que son reclutados por los jefes de la delincuencia organizada para servir a la organización; no bien están saliendo de la adolescencia, y pareciera que el nuevo sueño --para sustituir al americano-- es ahora convertirse en rico con la facilidad que otorga la vida criminal. Es la otra opción en contraparte al remedio tradicional para curar la desesperación del desempleo, que es irse “al otro lado”, vía Pollero-Plus, para juntar muchos dólares, construir la residencia soñada de dos plantas, comprarse la “troca” y regresar como benefactor del pueblo, o por lo menos del barrio. (Otra vertiente de este remedio, es mandar por un tubo a México, porque la idea es llevarse a toda la familia a territorio estadounidense).

Ahora la delincuencia organizada facilita más esos sueños: ¿Para qué salir de México si aquí también puede hacerse la dolariza? ¿Para qué arriesgar el pellejo en la frontera, si aquí también se puede, y aparte se puede matar? Como salario mínimo tienen miles de pesos a la semana. Tienen acceso a armas de alto calibre, mujeres hermosas, alcohol de todos, vehículos de lujo, polvo, marihuana, pastillas, impunidad, influencia, control sobre las autoridades y pueden ir las veces que quieran a ver los Tigres del Norte. ¿Para qué trabajar o estudiar?

Claro que esto tiene que ver con los principios y educación de cada familia. Hay quienes comentan que en el antaño, el sistema absorbía a los jóvenes que de plano no tenían futuro más que en el fino arte de las “moquetizas”, la prepotencia y las malas mañas. Estos finalmente fueron instruidos como guaruras, “madrinas”, policías, choferes, y toda una gama de malencarados al servicio de los políticos.

Ahora ya no: mínimo por ética, y ante los nuevos tiempos luego de la caída del priato, se refuerzan las corporaciones con hijos de familias comunes, jóvenes con verdadera vocación para dedicarse al trabajo policial, pero quizás sin la malicia de los mañosos que atraía antes el sistema. Ante esta situación, es posible entonces que la delincuencia organizada se ocupe de ese sector ahora “abandonado”, e incorporan a estos impulsivos que son animados por trabajar al margen de la ley, sin respeto a autoridad alguna, con reglas simples, dinero fácil, y que gustan además de la adrenalina que proporciona el oficio de alto riesgo.

Parece mentira, pero este reclutamiento está funcionando más que el programa “Primer Empleo” que, según el presidente Calderón, iba a darles a muchos jóvenes la oportunidad de entrar a las filas laborales. Para la miseria que pagan muchos empresarios, es más atractivo la vida dentro del narcotráfico, porque en una de esas y hasta a Chespirito les llevan de a gratis a una fiesta.

ADIEU, MONSIEUR BIP

El 25 de noviembre del 2004, quizás el más grande mimo de todos los tiempos, Marcel Marceu, hizo su presentación en el Teatro del Estado. Particularmente quien esto escribe no tenía muchas referencias de su obra; cuando la adolescencia, sólo me dijeron que le había dado clases a un artista urbano de Villahermosa, Tabasco. Luego vi algunos videos y supe que era de los pocos artistas leyenda que quedaban cercanos al siglo XXI. Supe que venía a Xalapa y nos mostró su magia: impresionado por la notable edad avanzada, pero con movimientos finos como si acariciara el aire. Algo de lo que más recuerdo es cuando el poeta del silencio actuó como un artesano de máscaras: verle cambiar las expresiones a cada segundo, como si en realidad se arrancara varias caras sobrepuestas en ese resaltante maquillaje blanco que le daba vida a BIP, su alter ego. Hoy descansa con sus ídolos que también son míos, por parte de mi abuelo materno: Chaplin y Keaton. Au revoir, maître!

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