10 de enero de 2008

La pesadilla de un consumista o Slim me persigue

Pablo Jair Ortega - pablo.jair.ortega@gmail.com.- El mero día 24 se convirtió en una de esas tantas odiseas cuando los que tienen que pagar se hacen ojetes y fingen que no tienen dinero, mucho menos tiempo para atenderte. El mero día 24, había que comprar cosas para recibir a la navidad, pretexto justificado para la adquisición de un Jack Daniels de a litro, porque para eso es la navidad y el año nuevo para un dipsómano ateo.

Ahí tienen a un radical subversivo que fue hasta a ver FRAUDE, y que finalmente se convenció a no pagar un centavo más a la oligarquía plutocrática y castigarlos con el látigo de mi abstinencia consumista en diciembre.

Ya era hora, en verdad… No conforme con que el “recurso” llegara tarde y el “pagador” la hizo mucho de emoción, sería el colmo ir a derrochar mi dinero en familias que ya lo tienen todo: yates, mansiones, amantes, joyas, millones de dólares, jets, “guachomas” colecciones de Rodin, y ¡Eureka! Mi primera víctima del desprecio sería Carlos Slim.

Entonces, con Xalapa como mi testigo, decidí castigar al señor Carlos sin comprar la tarjeta para el celular XXXXXX (censuro las marcas, porque tampoco quiero beneficiar a los “millonetas” con publicidad). Ya estuvo suave que me roben hasta 4 pesos por marcar un número y me salga la operadora virtual con que “el número XXXXXX que usted marcó no está disponible o se encuentra fuera del área de servicio”. De paso tampoco adquirí tarjetas XXXXXXX, porque ni pensaba darle siquiera 30 pesos a su bolsillo.

Ahí comenzaba bien mi plan. Agréguese que no me he hospedado en los hoteles XXXXXXX, ni tengo nada que ver con el ramo de la construcción ni de la instalación de cables eléctricos, mucho menos tuve que comprar alguno, así que en esos rubros, olvídense de ser un benefactor del señor Carlos.

La pesadilla comenzó cuando uno de mis principales vicios comenzó a hacerme padecer ansiedad: era justo y necesario que gran parte de ese “recurso” llegara a la tienda de devedés originales. No tengo nada contra los piratas, pero tampoco me gusta celebrar con billetes a quien se agandalla un trabajo… ¡Bueno, oh, contradicción, tu nombre es Pablo Jair! Sí tengo algo contra los piratas: una colección de lo que ellos simplemente copian, sería como coleccionar cerillos o mocos: algo que abunda y casi no cuesta nada.

En fin, pasar frente a mi proveedor favorito XXXXX, en Plaza XXX XXXXXXXX, fue todo un acto de verdadera fuerza de voluntad. Para colmo, así como son de perversas las clases empresariales que encabeza Slim, tuvieron el descaro de estamparme en la cara ofertones como de 2 X 1, todo rebajado a 50% de descuento, películas originales a 50 pesos y yo “futamother, que poca su mandarina de este trinche Carlos” (confieso que mis pensamientos fueron más ofensivos). Decidí de plano ni acercarme ni pasar por ahí, y pues mejor nos tomaremos un café, en la planta baja de la plaza, porque da mucha flojera caminar.

Ya iba muy orondo con la susodicha cuando… ¡Demonios, estaba entrando al restaurante XXXXXXXX! ¡Pero es que aquí tienen refill, chin! ¡También pertenece a Slim! ¡Me lleva! Demos la vuelta y caminemos rápido, porque me dijeron que además había oferta de devedés en dicho lugar.

Las mujeres, como son todas así de detallistas, siempre te obligan, aunque no quieras; ahí íbamos rumbo a la tienda departamental XXXXX, cuando tuve que hacer uso de la liga testicular y le dije bien amarrado: “Tampoco, vayámonos de aquí, que también es de Slim”.

Haciendo los planes para ir al terruño más contaminado y horrible de Veracruz -entiéndase Minatitlán- tampoco pagué el mes de diciembre por el uso del internet que navega en XXXXXXXXX… Jajaja, lo pagó mi casera, de quien me he escondido desde que llegué. Pensaba ingenuamente en que si huía de Xalapa, y me dirigía a esa comarca tan pírrica donde todavía no se ponen de acuerdo en cuál es el origen del nombre, lo más seguro es que no tendría contacto alguno con las tentaciones del diablo Slim.

Graso error. En la chamba no creen en otro proveedor de internet que no sea XXXXXXXXX. Y es que por cable ha salido medio “chafón” el servicio para los trabajos casi industriales que realiza Enlace Veracruz 212 Inc., so, tuve que hacer a fortiori un contrato nuevo para el servidor, si quería disfrutar mis vacaciones decembrinas en la casa.

Ahí comenzó a ganarme la batalla el señor Carlos. Para hacer uso de la red de redes, a fuerza tenía que usar un teléfono XXXXXX (ya saben, de esos que consiguió en el sexenio de Salinas de Gortari). No quedó más remedio que usar una línea cuyo costo iría directamente a la cuenta bancaria del señor Carlos. De paso la contratación y el uso mensual del internet que ahora disfrutan mis parientes.

Con la celebración del año nuevo, tampoco fue diferente. Me había abstenido de fumar cierta marca que hace la cigarrera XXXXXXX, que también es propiedad del señor Carlos. Esta vez fumamos unos mentolados XXXX XXXX, que son hechos por otra compañía competidora a Slim. Pero finalmente ya estuvo suave de esos cigarros, y mi ansiedad ahora se concentraba en el suave sabor de los mentolados vaqueros… “¡Chin nada maye!” (Sí, fue más obscena la frase), otra que me gana Carlos.

Complaciente al fin, ya tenía el internet que necesitaba y los cigarros que quería, haciendo un total de 320 varos por el total de la transacción. Trescientos veinte pesos que fueron directo a las arcas del mentado Slim. Luego en plena fiesta se acabaron los “tabiros”, y nuevamente fui obligado a consumir nuevamente los cigarros de Slim.

Todavía la familia (sí, insisto, recalco, porque Mina es una bazofia) se les ocurrió ir a dar la vuelta a Plaza XXXXX en Coatzacoalcos, que viene siendo lo mismo que Plaza XXX XXXXXXXX de Xalapa, sólo que en el antiguo Puerto México dicho centro comercial pertenece en su totalidad a… ¿adivinen quién? Sí, a Carlitos.

Entonces, mi negativa a entrar se convirtió en un berrinche infantil, con pataleta y todo, para no pisar siquiera un pedazo de concreto del estacionamiento. Le pedí a mi pariente que por favor se retirara inmediatamente de dicho lugar y que ni siquiera pretendiera aparcar ahí (porque también cobran). Me rehusé rotundamente entrar a una plaza cuyos locales son rentados por el señor Slim con precios francamente elevados y muy lucrativos, y cuyos consumos en cualquier comercio, irían también directamente a sus cuentas bancarias.

Finalmente, terminado diciembre, entendí que escapar del señor Carlos es difícil para un consumista como yo. Sé que existen más opciones, pero también un nacionalismo idiota me impulsa a seguir comprándole a mi “marchante” Slim: no por nada podemos presumir que es mexicano el hombre más rico del mundo. ¡No totol!

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