26 de marzo de 2008

El PRD, como la Tigresa o Madonna


NUBARRONES, por el monero Ahumada, en la edición
de La Jornada, este 26 de marzo


Como nunca, el Partido de la Revolución Democrática está teniendo uno de sus auges mediáticos más vistosos desde que se pensaba que este partido sería el que gobernaría al país con su entonces inalcanzable candidato, Andrés Manuel López Obrador.

En aquel tiempo, y previo a las elecciones del 2 de julio de 2006, el que en ese momento fungiera como jefe de Gobierno del Distrito Federal tenía el control de los medios de comunicación por sus conferencias madrugadoras. Ante un presidente Fox atrabancado y falto de tacto al llevar a cabo sus ataques políticos estratégicos, para un viejo lobo de mar como López Obrador fue fácil poner en aprietos a la Presidencia de la República con escandalitos como el desafuero, que Los Pinos finalmente no supo manejar y tuvo que echarse atrás porque Andrés Manuel, sin pisar ni un sólo azulejo de un tribunal, ya había ganado la partida con las movilizaciones sociales de apoyo y las demostraciones de persecución política por parte de un Fox Quesada empeñado en denostar a quien ya jugaba el papel de víctima.

A la sazón, el fenómeno Andrés Manuel –insistimos– ya rebasaba cualquier pronóstico, y era casi seguro que sería él quien relevaría a Vicente Fox no en Los Pinos, pues el tabasqueño ya había adelantado para el anecdotario folklórico nacional, que viviría como mandatario en Palacio Nacional.

El jefe de Gobierno y el PRD tenían todos los reflectores a su favor, con todo y los fuertes escándalos: el caso Ahumada, donde se conoció al René Bejarano que ya nunca nos imaginaremos sin embolsarse billetes; Carlos Imaz, distinguido perredista, hoy desaparecido del mapa político; la crisis que provocó la renuncia al partido de dos destacados perredistas, Rosario Robles, ex jefa de Gobierno y antecesora de López Obrador y Carlos Navarrete.

El caso del secretario de Finanzas y pésimo jugador de baraja, Gustavo Ponce, también quedó como “complot”, aunque nunca se comprobó; sí quedó de manifiesto que había negras intenciones desde altas esferas del PAN y el gobierno federal para utilizar al empresario argentino, Carlos Ahumada, en su calidad de patrocinador del sol azteca y exhibir las corruptelas en el interior del partido.

Bueno, todavía en plenas elecciones, la mitad de la población votó por este partido y el tabasqueño; tiempo después de los comicios, todavía hay quienes creen en él. Pero el asunto es que López Obrador recién vivía en plenitud un segundo aire al dar un golpe certero a la administración de Felipe Calderón, desmitificando la “poderosa” figura del secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño Terrazo, y comprobarse que de “poderoso”, pues nomás… nada, pero eso sí: muy vivo para los negocios al amparo del poder.

Precisamente creemos que nombrándose a Mouriño Terrazo como encargado de la política interna del país fue cuando más ha perdido su calidad de omnipotente. Al momento de asumir el cargo, sus poderes metaconstitucionales como jefe de la Oficina de la Presidencia –así lo explicaba el reconocido columnista Ricardo Alemán– quedaban desactivados, pues ahora contraía obligaciones estipuladas en la ley, con normatividades claras, y, sobre todo, expuesto al escarnio de la opinión pública por la gran responsabilidad del cargo. Súmese que también al joven español-mexicano le ganó la vanidad y dio una entrevista a la revista “Quién” (especializada en quemar a políticos) donde se le dio el título de “Chico Superpoderoso” y se le conoció que no le gustan sus caderas anchas.

Y no sólo resultó “chafa” el “Chico Superpoderoso”, sino que además se le comprobó tráfico de influencias al firmar contratos con PEMEX siendo diputado federal integrante de la Comisión de Energía, y también como subsecretario de Energía. Que primero lo negaba, luego dijo que siempre sí, pero que había hecho “el sacrificio por todos los mexicanos” de renunciar a las empresas de la familia para integrarse a la vida política nacional… O sea, algo así como que todavía le debíamos un gran favor.

“Haiga sido como haiga sido”, el caso Mouriño demostró ser uno de los puntos más débiles del gobierno de Felipe Calderón. Su secretario de Gobernación pasaba a ser la mofa de la clase política y, sobre todo, el personaje cuestionado por la sociedad mexicana para ocupar la legendaria oficina de Bucarelli. Por cierto que alguien le debe haber dicho que se quedara calladito y ni se moviera del asiento para no cajetearla más en el asunto, porque hoy ni se escucha.

Pero bien se dice desde el PRD: “el peor enemigo de un perredista es otro perredista”, y lo que había sido una contundente victoria exhibiendo a Mouriño, se vio opacada por las elecciones del pasado domingo 16 de marzo, cuando el PRD sufragó en la búsqueda de la nueva dirigencia nacional y estatales. El escándalo del “Chico Superpoderoso” quedó borrado de la agenda nacional gracias a sus propios autores, ante unos comicios perredetos que se calificarían en poco menos que un chiquero.

No resulta raro históricamente hablando: lo que parecía el buen rumbo de una oposición férrea, capaz de demostrar la hipocresía de un gobierno de derecha, se vio aniquilado por el conflicto tradicional de la izquierda: la división improductiva y la nulidad de acuerdos entre sus miembros, faltos de organización y de unidad en los momentos clave, como el resurgimiento solaztequista.

Las peores elecciones del PRD en su historia, sin duda, por la gran cantidad de irregularidades, y por el encono que sostienen los principales grupos: los moderados, conocidos como “Los Chuchos” por su líder Jesús Ortega (llamados “colaboracionistas” por sus opositores); y los ultra, los lopezobradoristas, (bautizados por sus detractores como “radicales”).

Ahora es penoso que, como la Tigresa, el Partido de la Revolución Democrática esté más empeñado en hacerse notar por escándalos negativos (sólo falta que digan, con todo respeto, que la senadora Rosario Ibarra está embarazada, o que “El Pato” Zambrano se declare pejista), y que no se vea control de daños al asunto. Que parecieran disfrutar el tener todos los titulares en contra, como aquella máxima que se le atribuye a la reina del Pop, Madonna: “no importa si hablan mal o bien de ti, el chiste es que hablen”.

Da pena decirlo, pero al menos en el PRI –que tanto critican los amarillos– por lo menos se ponen de acuerdo para escoger a sus dirigentes; en el PAN, pues llegaron al poder y se enseñaron a usar el dedo… Pero en el PRD, de plano deberían estar llamando a Origel y a la Chapoy para que sirvan de mediadores en este pleito de argüenderas. Ya ni hablar de lo que aconteció en Veracruz, donde de plano el PRD está perdido en el mapa.

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