2 de octubre de 2012

El sur de Veracruz casi fue Tlatelolco

Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- Este 2 de octubre se vuelve a recordar y a condenar la masacre en Tlatelolco, lugar donde cientos de estudiantes del Distrito Federal se reunieron para manifestarse y fueron atacados por militares y grupos paramilitares encubiertos como civiles, pero identificados con guantes blancos.

Ese dos de octubre muchos jóvenes no llegaron a su casa. De hecho, hasta el día de hoy se desconoce la cifra exacta de muertos que hubo esa tarde, cuando un helicóptero lanzó tres bengalas para dar la señal de ataque, como si fuese una guerra contra otro país.

Hasta hoy las únicas voces que narran lo que sucedió en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas, son de víctimas sobrevivientes que lograron escapar;; otros simplemente fueron aprehendidos, puestos con la cara hacia la pared de un sótano, con las manos arriba y los pantalones abajo. De tres en tres fueron fotografiados; unos con sangre por los golpes, otros con sonrisas de niños traviesos, pero vivieron.

Esa noche, ambulancias llegaron a recoger los cuerpos entre los que se contaban hombres, mujeres y niños, que habían sido llevados a la protesta como sucede hoy en día con la marcha de los #YoSoy132… “Vengo a marchar por el futuro de mi nieta”, alguna vez escuché en una de las recientes protestas: era un señor ya de edad, paseando a la bebé en la carreola con cartulinas en contra de Televisa, Calderón y Peña Nieto.

Este dos de octubre de 2012 quizás fue uno de los más emblemáticos. Si bien las causas puedan diferir de las de 1968, la receta es similar: inconformidad con el gobierno, con la corrupción, con los sindicatos, contra el PRI; todos, en su mayoría, jóvenes inquietos que soñaban --sueñan-- con hacer de este mundo algo mejor.

Vaya que hubo de todo en Xalapa; la prensa (a excepción de algunos cuantos) destaca el vandalismo, como en ese 1968. Si bien ahorita no hay Olimpiadas que supuestamente serían boicoteadas, sin duda no faltará quien jure y perjure que esos chamacos del 132 son puros huevones sin nada mejor qué hacer.

Los estudiantes en Xalapa son parte de la historia del 68, como lo son ahora los del 132. Anteriormente, fueron reprimidos sutilmente porque el entonces gobernador Fernando López Arias (quien también fue líder estudiantil) no quería ningún veracruzano muerto en lo que sería la matanza de Tlatelolco: detuvo los camiones que iban para la Ciudad de México y les metió a la cárcel aunque eso lo condenara como un villano. Su cometido fue cumplido, al menos en los que sabe de una historia del 68 incompleta: ningún veracruzano murió en los hechos del 68.

En los tiempos actuales ya meterse con un estudiante son palabras mayores. Su capacidad de organización ya rebasa las tradicionales formas del gobierno para mantener el “control”: redes sociales, estudiantes enterados de lo que pasó en el 68, sobrevivientes a esa época que ven con felicidad que esta generación de jóvenes está acelerada y no aplatanada.

Lugares como Minatitlán tuvieron su protesta estudiantil con todo y soldados que les cercaron. Tiempos cuando, pese a la censura y que no existían Twitter ni el Facebook, la única manera de enterarse de lo que pasaba en el país era vía radio o periódicos como el Excélsior, dirigido en esa época por ese monstruo llamado Julio Scherer, y que fue el único diario que relató la verdad de lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas. Los periódicos nacionales llegaban vía avión, a las 12 del día, en el aeropuerto que se encontraba atrás de lo que hoy es Soriana.

Dos días después de la matanza de estudiantes en la ciudad de México, en la petrolera ciudad se concentraron escuelas como la escuela secundaria y bachilleres oficial de Minatitlán (la famosa ESBOM), así como alumnos del Secundaria y Bachilleres Gral. Miguel Alemán Gonzalez de Coatzacoalcos (la también famosa MAG).

A estos estudiantes sureños se sumaron contingentes de jóvenes provenientes de Acayucan, Jáltipan, de la sierra de Soteapan y Cosoleacaque. Pese a la limitada comunicación, estos pueblos se conocen bien entre sí porque comparten escuelas, hospitales, centros de trabajo, comercio. En ese entonces, los colegios de bachilleres sólo estaban en Minatitlán y Coatzacoalcos.

Encabezados por Edel Álvarez Peña, el mitin era para protestar por los estudiantes muertos en Tlatelolco.

Para no variar la tensión de la época, mandaron soldados del 33º Batallón de Infantería (con base en Minatitlán en la calle Díaz Mirón, donde actualmente están unos condominios) a resguardar el punto de reunión estudiantil. Nerviosismo puro. Llega Héctor Luis Zarauz, alcalde de Minatitlán para dialogar con el joven Álvarez Peña, quien le pide que desistan de la protesta.

La respuestas fue negativa. No pasó a mayores.

Nerviosismo también entre las autoridades municipales y el grupo político fuerte de la región: la Sección 10 del sindicato petrolero, entonces liderado por Rafael Cárdenas Lomelí. Entre los manifestantes estaban hijos de familias conocidas, petroleros, comerciantes y destacados ciudadanos.

No pasó nada. La protesta se hizo y cada quien para su casa. Pasaron los años y hay quienes recuerdan ese momento con gran alegría y nostalgia.

Se sabe hoy que los militares en Minatitlán recibieron órdenes de disparar contra los estudiantes rebeldes que hacían su mitote en el parque Hidalgo. Que desobedecieron las órdenes superiores de disparar contra la púber multitud, porque entre ellos se encontraban sus hijos, quienes eran amigos de los “subversivos”.

Años después, luego de ese trance tan extraño de paz entre estudiantes y militares, instrucciones desde la Ciudad de México indicaron que el 33º Batallón sería retirado hacia Valladolid, Yucatán.

El desplazamiento con sabor a castigo por desobedecer órdenes de no disparar contra los sediciosos estudiantes, fue un drama para los minatitlecos: se iban amigos de la infancia, de trabajo, vecinos, compañeros de parranda. Se iban todas las familias de militares hasta la península yucateca y fueron despedidos entre lágrimas cuando abordaron el tren frente a las instalaciones de Béisbol de Ligas Pequeñas.

Llegaba entonces el 36º Batallón, que hace poco fue cambiado por el 45º de Ciudad Valles, San Luis Potosí. Hoy el 33º está en Torreón, Coahuila.

A 44 años, se recuerda y condena por los muertos de octubre de 1968 en Tlatelolco: descansen en paz. Y que los soldados del 33º Batallón todavía vivan ese suceso hace 44 años en Minatitlán, Veracruz, cuando la razón pudo más y salvó vidas, ante lo era que era un capricho castrense de muerte.

No hay comentarios.: