Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- El derribo de una aeronave mexicana en territorio de Venezuela, en primera instancia, pone a pensar a cualquiera en tambores de guerra. Una agresión de esa magnitud no es cualquier cosa.
No es un Rey de España gritándole a Hugo Chávez “¿Por qué no te callas?”; no es un simple “Bush es Mr. Danger” de Chávez al presidente de Estados Unidos. Es una agresión de tipo militar de un país contra un jet civil de otro país.
Pero es cierto: Venezuela tiene el absoluto derecho de inmovilizar una aeronave que no se identifique u obedezca las órdenes del suelo que está sobrevolando. Cualquier país --menos México, que perdona todo-- haría lo mismo y más cuando Venezuela ha creado un aura de izquierda intolerante.
De igual manera, el gobierno venezolano presidido por el “Hijo de Chávez” es conocido por guardarse información como sucedió con la agonía del polémico comandante; del mismo modo, el gobierno de México ha actuado muy tímido en este asunto como regularmente lo hace en todo lo que huele a escándalos políticos, lo que abona a la teoría de que realmente eran delincuentes o VIPS los que volaban en el jet y son protegidos por el estado mexicano.
A cuentagotas se ha dado información de lo ocurrido, aunque todavía quedan dos grandísimas interrogantes: ¿dónde están los pasajeros y quiénes son realmente?
Esto porque se sabe que serían sólo 3 (dos tripulantes y un pasajero) los que habrían volado por la zona al momento del derribo; otra versión indica que eran 5 los que originalmente volaban en el jet, pero que bajaron en las Antillas Holandesas y en el regreso fueron interceptados.
Así, en apariencia, México no exige nada contundente para explicar el actuar de Venezuela, como ésta tampoco pareciera tener mucha preocupación por aclarar lo ocurrido, lo que abona más al sospechosismo de quién viajaba en esa nave y porqué tanto misterio en proteger su identidad. Sin presión de parte del gobierno mexicano, Venezuela no tiene porqué rendir explicaciones sobre el actuar en su territorio.
¿Quiénes eran los pasajeros? ¿Por qué son protegidos? ¿Por qué ni una foto de los pasaportes falsos para identificar a los ausentes? La versión más clara, y subrayada por el mismo presidente Nicolás Maduro, es sobre tema del narcotráfico internacional. Venezuela, según expertos, es la segunda ruta más usada por el crimen organizado después de la del Pacífico.
También es muy común que la mal llamada élite mexicana (empresarios, políticos, deportistas, el clero, periodistas, artistas y anexas) se vincule a la mafia, al uso indiscriminado de recursos públicos para viajes de placer o hasta para simples caprichos como el “shopping”.
La teoría sólo concluye en que si no es un poderoso narcotraficante protegido por el gobierno, debe ser algún junior idiota de los que abundan en la administración de Peña Nieto, algún funcionario paseándose con recursos públicos, o alguna celebridad o empresario que no quieren que le caigan en la movida.
Así, con todo y el dogmatismo venezolano y su particular forma de ver el mundo, a lo mejor Venezuela está actuando verdaderamente contra la delincuencia organizada internacional derribando aviones sospechosos. En México no se sabe de casos así.
Esto en contraparte al uso de Chávez como símbolo arcaico de la nueva izquierda, pero que a su vez es similar al priato nuevo con las mismas prácticas de ocultamiento, de apostarle al olvido y a no hacer tantas olas en un asunto que quizás termine aclarándose con unos tragos en alguna oficina diplomática.
La fama de narcos la tenemos bien ganada, como la fama de fanáticos del colectivismo ortodoxo que se practica en Venezuela; ambos gustan de la música ranchera y en una de esas hasta ya hasta se perdonaron mutuamente en el rincón de una cantina.
A lo mejor era buena idea que Fidel Herrera se hubiese ido a Venezuela como embajador. Experto en las artes del choro, ya sabríamos santo, seña y pelos del asunto, y en una de esas hasta convence a Maduro de que derribó a un inocente Pajarito Chávez que se había extraviado en tierras bolivarianas.
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