18 de octubre de 2008

Él se sacrificó por nosotros…

Pocas veces como cristianos mexicanos entendemos el verdadero valor del sacrifico y el mensaje que muchas veces nos olvidamos con nuestros actos cotidianos. Olvidamos la pobreza, olvidamos a nuestro prójimo, y muchas veces a los niños de la calle los desdeñamos cruelmente, con toda la saña, todo el rencor y rechazo, por sentirnos seres superiores.

Es por esto que Él se sacrificó por nosotros. Quedó crucificado de tal manera que, vaya, no es tan barbárica como la cruz ni los clavos en las muñecas (como así lo explica la película “Stigmata” con esa nalga perfecta llamada Patricia Arquette, también cachondamente atractiva en “Lost Highway”).

No. Este ser se sacrificó por nosotros y vive colgado de sus manos en pro de la pobreza que vivía, en pro de los muy profundos nobles sentimientos que arraigaba, y que al perfecto anónimo que conocimos como "El Chavo del Ocho" daba de vez en cuando un humilde alojo y un poco de su escasa comida para que el niño huérfano y abandonado nos entretuviera en la caja idiota llamada tele.

Él es Ron Damón (nada que ver con Hernández Toledo (paréntesis del paréntesis: líder petrolero “humilde” de la sección 11 en Nanchital. Se cierra paréntesis del paréntesis) Ramón).


"Tenía que ser el Chaaaaavo del Ocho"


"Si serás...sí serás..."


"¡No te doy otra nomás porque...!"

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