12 de enero de 2009

Sueños, chipuja, sueño

¿Por qué no dejas de aparecerte?
En los momentos más extraños,
incluso en lugares que no existen,
justo cuando en esas horas,
en esos pocos minutos,
últimamente valiosos,
súbitamente,
llegas.
Hablo de mi último sueño.
Sí, ese donde llegas a donde estoy.
Lejos de ti.
Apareces como Atena a Telémaco,
como Gabriel a José,
como para dar mensajes en clave.
Ten en cuenta que Atena es una diosa.
Gabriel es un ángel, pero es asexual.
O sea, no tiene pene ni vagina,
pero sí tiene un aura celestial.
Total, llegas.
Súbitamente.
Casi nos topamos en la entrada,
pero decidí esconderme
(permanecer discreto,
como ese dibujo a lápiz).
Pero me descubres.
Comienzo a correr como idiota,
para finalmente llegar hasta ti.
La primera reacción es primitiva.
Deliciosamente pura.
Te tomo de los cabellos,
cual Pablo Picapiedra
(mejor dicho “Mármol”,
si quiero parafrasear bien a Barbera)
e intento besarte.
Te niegas.
Como esa vez, ¿te acuerdas?
As The Black Gate as my witness,
(con perdón de Scarlet O’ Hara
y de los Tigres del Norte)
te rehusaste.
Huiste unos centímetros de mí,
los suficientes para marcarme.
Apenas y te rocé la boca.
Esta vez no fue diferente,
“pero es mi sueño”, me dije,
valga la redundancia, entre sueños.
"Frankly, my dear, I don't give a damn.",
y con esa máxima de Gable, al fin te besé.
Incluso puedo confesar,
sin temor a equivocarme,
o a sonar presuntuoso,
que tuve una experiencia extracorpórea.
Sí, en ese momento.
Cuando nos besamos.
Porque quería vernos.
De lejos.
Como en la lente de Tarantino.
O de Scorcese, o de Michel Gondry.
También puedo confesar
que no ha sido el primero.
El único letargo.
Varias veces has venido a visitarme.
No sé por qué lo haces.
Pero anoche fue la debacle.
Me enteré en ese sueño
que tienes otro Pablo.
La verdad, no sé su nombre.
Le puse “Pablo”,
porque así ilusiono,
sigo ilusionando,
mi vida contigo.
Además,
es mi pinche sueño,
y cuando tengas el tuyo,
podrás cambiarle el nombre.
El que quieras.
Para entonces ya no sueño.
Ya es pesadilla.
Y si supieras.
No eres la única.
Nati y Vero también me visitaban.
La primera, ingenua.
La segunda, erótica.
Pero lo sabes.
Eres indeleble a mí.
Quizás ingenua, quizás erótica.
Pero única.
Contigo, conmigo,
estoy seguro que Delgadillo,
el trovador pelón alto,
compuso esa canción para los dos.
Un amigo te diría
que todo marcha
mientras se muerde los labios…
¿La reconoces?
Yo creo que sí.
La vivo intenso cuando la escucho.
Seré un extraño en paz
que nunca te dejó de amar…
Y es curioso lo último,
porque estoy seguro,
hasta la ignominia,
de hacértelo saber.
Que lo dije con palabras.
Que lo dije ante ti.
En su momento.
En su horario.
En su lugar.
En su circunstancia.
Con el tiempo de añejamiento correcto.
Antes de dividir caminos,
el mismo que recuerdo,
allá por el 98,
iniciando con tus ojos negros,
desde el otro lado de un salón universitario,
que hicieron sonrojarme.
Eras, recuerdo, como un jeroglífico.
Pintada en la pared.
Morena, ojos grandes.
Silencio absoluto.
Una posible princesa.
O una esclava, pero en la pared.
Y ojos negros.
De ahí para adelante, juntos.
Hasta esa salida,
(tormentosa, he admitirlo)
donde estabas esperando
tu camión en la terminal del ADO,
para llevarte muy lejos,
y a la chingada de aquí.
De mí.
Luego pasó más tiempo.
Lo que pensé era nuestra gloria,
se convirtió en Waterloo,
o Afganistán,
o Irak,
o la Franja de Gaza.
Xalapa no tiene la culpa.
Nadie la tiene, de hecho.
No había más camino después de Xalapa.
Nos dolió perdernos.
Yo todavía lo resiento.
Debo decirlo.
Porque tengo cuatro cartas tuyas.
De esas que llaman “electrónicas”.
Y es hasta hoy me había aguantado las ganas de escribirte.
Pero estoy harto de que vengas a mis sueños,
y no me digas nada al día siguiente.
Te vas de mi cama sin despedirte,
así como si nada,
ni un recado,
ni un beso de despedida.
Te levantas, quiero creer,
desnuda,
y me dejas ahí dormido,
babeando el colchón,
con mi hombría erecta,
mi cerebro con resaca,
mi estómago con hambre,
mi pecho sin tu cabeza.
Como dice Chepe-Chepe:
“Sólo está mi almohada”.
Así te vas y me dejas como antes,
y es por eso que hoy quise escribir.
Tiene rato que no lo hago, ¿sabes?
Así que tienes la premisa,
la exclusiva,
de seguir siendo mi musa.
En realidad creo que nunca lo has dejado de ser.
Creo que era necesario.
Mientras espero somnoliento, chipuja.
Será mi dulce castigo,
mi tierna tortura,
my beatiful “night_mare”.
Como la copa rota,
la de Feliciano,
para sangrar gota o gota
el veneno de tu ¿amor?

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