29 de junio de 2010

La tortuga


"¿Y yo qué culpa tengo? No me menciones en tus mafufadas, Pablo Jair"

Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.-
Convocar a las fuerzas políticas es pan con lo mismo; siempre se han convocado y son las que siempre son la causa de los males de este país.

La experiencia nos dice que los primeros en romper con los pactos de gobernabilidad son precisamente los políticos, aquellos que, demostrado hasta el cansancio, difícilmente ya son representantes populares.

Esta falta de credibilidad, este descrédito popular ganado a pulso por los gobernantes, la clase política, nos hace pensar en que el llamado del Presidente Calderón es otro de los tantos llamados a misa a una iglesia igual de desacreditada por sus asuntos pederastas.

Hasta ahora, con un escenario que dicen se parece al de Colosio, al gobierno del Presidente Calderón le cae el veinte de que tiene que gobernar con los que también gobiernan en las entidades. Que los tiempos son diferentes porque sencillamente no es el presidente omnipotente, priísta, que disponía de todos los recursos como si fuese rey. Que al momento de pelearse con quienes gobiernan en la mayoría de los estados en este país, se debilitó a sí mismo, porque los gobernadores militantes de su partido, sus aliados del PAN, son pocos en este país y con escándalos mayúsculos propios.

¿Quién no recuerda a Emilio, el de Jalisco, embrutecido por el alcohol diciendo estupideces? ¿Juan Manuel Oliva, el de Guanajuato, con sus escándalos como nepotismo y operaciones políticas prioritarias en otros estados? ¿O el reciente de Sonora, Guillermo Padrés, que quería la mansión de interés social del narco chino Zheli Ye-Gon?

Es cierto, en el PRI y PRD también hay joyas: Ney González diciendo “metáforas” zopencas. El protagonismo de Peña Nieto. Los “pájaros” que rodean a Fidel. El avión del amor de los hijos de Granier. Los segundos pisos, las playas de Marcelo, y una interminable lista de folklorismos. Situaciones que hacen al ciudadano dudar.

Son pocos los políticos serios que quizás puedan ser tomados en cuenta como verdaderos líderes sociales, porque sabemos que en el fondo la clase política es lo mismo: intereses comunes, más allá de las siglas, colores, y casi siempre es la lana, mucho dinero, millones de dólares. También “el poder por el poder”, como diría Dante Delgado.

¿Qué los políticos son los que tienen que ponerse de acuerdo? Siempre lo han estado: los intereses políticos son comunes y no comunitarios. ¿Cómo se explicaría tanta protección en el caso ABC, por ejemplo? Ahí no se tocaron ni priístas ni panistas. Ahí andan como si nada, durmiendo como bebitos, Eduardo Bours y Juan Horcasitas.

La clase política es como una gran tortuga. Avanza a pasos lentos, porque así es el ritmo que tiene desde que nació. Tiene ideas y rasgos longevos (estamos viendo a la misma clase política de hace años). En la concha lleva a cuesta todos los colores, y cuando algo le asusta, se protege. Toda la tortuga, todo el sistema, toda la clase política.

¿Llamado a las fuerzas políticas? Es mostrar una unidad fantasma, porque la clase política carece de liderazgo auténtico, está desacreditada, más allá de la popularidad entre sus gobernados.

Suenan bonitos los llamados demagógicos en tiempos de crisis, pero en la práctica siguen peleándose. Cuando pasa algo, todos se protegen.

La realidad de la situación de este país es por el manejo que hacen de él una “ridícula minoría”, unos “tontos útiles”, esos que hoy se rasgan las vestiduras por la patria.

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