El famoso Perico Arredondo
Imagine usted que uno de ellos llegó a ser rector de la UV. Hizo la peor gestión que se recuerde como máxima autoridad de la máxima casa de estudios de Veracruz. Superó con creces los escándalos de Rafael Hernández Villalpando. Olvidó su posición como rector y se convirtió en un megalómano aislado de la comunidad universitaria (tenía su elevador y estacionamientos privados y toda la cosa). Desde ahí se dedicó a los negocios: a robar, literalmente, y se olvidó por completo de su encargo.
El otro psicólogo se convirtió en su vocero, porque al final de cuentas son afines en actitudes, problemas psicológicos, mañas, costumbres y posiblemente hasta adicciones. Y como es común en los adictos que comparten y tienen mucho en común. Son íntimos en un círculo muy cerrado para protegerse de la malvada sociedad.
Uno en la rectoría, otro en la vocería. Los dos hicieron su fortuna, negocios, privilegios, becas. Dieron rienda suelta a su ambición e interés. Mamaron de la Universidad Veracruzana como nunca han mamado en su vida.
Como ya eran muchos los escándalos del adicto, el que se convirtió en rector apoyó al que se supone que es periodista para crear una página de internet, y éste también consiguió socios políticos. Invirtieron una pequeña fortuna y se mantiene activa.
El dizque periodista sólo tiene como mérito haberse pegado a la talega de Ángel Leodegario Gutiérrez Castellanos. Ahí mamó también, aprendiendo del mejor que ha habido en este oficio. Primero, con ese retraimiento que le caracteriza, hablaba de psicología, luego se metió en temas políticos donde se desbocó a atacar a todo lo que le parecía “mal”, según su tímida percepción.
Después quiso treparse a la pléyade de grandes empresarios periodísticos, pero no tenía medio; finalmente les ganó el salto José Pablo Robles Martínez, quien se queda con el Colegio de Periodistas en el sexenio de Miguel Alemán.
Los psicólogos loquitos siguieron como aliados. Uno con su demencia ocasionada por su adicción a la cocaína, y el otro haciéndose el loco con respecto a los excesos de su protector, antiguo patrón y socio.
Hace unas semanas se convocó a elegir al nuevo rector de la Universidad Veracruzana. Las ambiciones e intereses de los psicólogos nuevamente prevalecieron en insana complicidad: “Tu me apoyas y ya sabes qué ganas conmigo”.
El dizque periodista le hizo una campaña al drogadicto, como si el cargo de rector fuese un puesto de elección popular y no académico. Lo apoyó con todo, era su gallo, pero pesan los escándalos del adicto y además hubiese sido una ignominia para la UV que regresara a la rectoría, así como el otro llegara otra vez a succionar profesionalmente a la vocería.
A través de su portal no ocultó su odio a Raúl Arias Lovillo, rector saliente de la Universidad Veracruzana, transmitido por su amigo el psicólogo drogadicto.
Como el cocainómano no fue elegido para ser entre los finalistas para ganar la rectoría de la UV, el psicólogo periodista hizo toda una de denostación tan poco sutil contra Arias Lovillo, que en realidad estaba afectando a la Universidad Veracruzana. Lo anterior le valió un soberano cacahuate y siguió golpeando con la “fuerza” de su portal de internet.
Todo por el hambre de querer ser nuevamente el jefe de prensa de la UV, o tal vez otro cargo prometido con mayores privilegios y menores responsabilidades.
Pregunta el escritor José Homero: “¿QUIÉN SERÍA el director de Comunicación Social de Arredondo de haber ganado la rectoría? No me dejen con la duda...”
Es Joaquín Rosas Garcés, poeta, el periodista, amigo y socio del drogadicto Víctor Arredondo. Los dos psicólogos, enfermos mentalmente que pertenecen a esa generación con serios problemas de interacción social, timidez, desprecio a la humanidad y aires de superioridad.
Apunta José Homero: “VÍCTOR ARREDONDO fue, además de rector, el hombre que declaró a la prensa que con un salario de $120,000 mensuales no vive un hombre decente”.
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