12 de junio de 2007

Coatepec: pueblo sin magia



Coatepec es reconocido como uno de los lugares más bonitos de la región centro del estado de Veracruz, plagado de ciudades de arquitectura colonial y con la historia propia ligada a las haciendas productoras de café y azúcar.

Este municipio no le pide nada a Xalapa, aunque cercano a la capital veracruzana; no lo opaca la sombra de la ciudad más importante del estado porque tiene sus propias leyendas, su comercio, su vida propia sumergida en esa tranquilidad perfecta para tomar el café, escribir, leer, tomar fotografías, comer un helado, y hasta unas crepas.

Todo esto suena a publicidad gratuita, y lo es: lástima que las autoridades municipales, encabezadas por el alcalde Miguel Galindo Huesca, estén totalmente desorientadas, inmersos en la negligencia, y que representen un gobierno casi extinto que no supo administrar la riqueza que tuvo en sus manos.

Pese a que en este trienio se recibió la denominación de Pueblo Mágico, a Coatepec se le ha ido desangrando la magia, los únicos impresionados son quienes visitan momentáneamente el lugar, van de paso hacia otros sitios como Xico o Teocelo, o vienen a comer para escapar de una Xalapa inundada de contaminación ambiental, ruidosa y tráfico vehicular, como si las calles tuvieran arteriosclerosis.

Todo es válido para el turismo que es uno de los grandes ingresos para la ciudad; lamentablemente quienes viven aquí son los últimos beneficiados de tales recursos, los últimos en ser tomados en cuenta, esto se vuelve una analogía de Luvina (por lo menos en las partes más desoladas del cuento de Juan Rulfo): un pueblo donde parece que, para los del ayuntamiento, no vive nadie.

La gente tiene que soportar con tedio la pésima administración; una pasmosa desatención a lo más mínimo: obra pública básica, seguridad, orden en la ciudad. Hay menos preocupación por los que viven aquí, y más por los que solamente vienen los fines de semana y los numerosos puentes magisteriales.

Precisamente en estos días, con el infaltable cafecito americano del quiosco, observamos cómo unos jóvenes --de acaso 17 años-- tomaban su six de cerveza tranquilamente en el parque principal, casi frente al palacio municipal. Con descaro sorbían las cervezas a plena luz de la tarde, hasta que, finalmente, los arrestó la policía municipal. ¿Qué demonios estaban pensando? Lo de menos es que desconozcan que el bando de policía y buen gobierno que en muchas ciudades de la entidad no permite ingerir bebidas alcohólicas en la vía pública (por lo menos no tan cínicamente), pero la realidad es (y así lo confirman quienes viven aquí desde hace años) que ante una alcaldía tan enclenque, las nuevas generaciones prácticamente ignoran el sentido de una autoridad: no sólo la retan, sino que la desconocen por completo.

Y precisamente en este ámbito es palpable que en las tiendas de abarrotes de colonias como Los Manantiales (por el rumbo de Chedraui) se permita la venta indiscriminada de alcohol de caña y cerveza a menores de edad, con la protección de la policía municipal; abarrotes que, si bien mantienen a una familia decentemente, la misma decencia se degrada con las comunes escenas grotescas de menores ingiriendo cerveza, con la única sugerencia del tendero de que se las tomen afuera, "porque ahí no es cantina…", como paradoja de la desvergüenza.

Ya no digamos los incidentes que esto podría ocasionar: un adolescente con la testosterona en pleno crecimiento y sin una autoridad que lo meta en orden es un peligro latente para cualquier peatón que se tope con estos tipos. Cabe aclarar que esto no es que sea uno mojigato: a nadie le espantan escenarios así, porque también uno los vivió y se gustaba de "corromper" la ley, pero la realidad es que también la "tolerancia" es mucha ahora y el vandalismo se ha elevado. No sólo habría que enfrentarse con borrachos que en la madrugada, con unas copas, se sienten como (una versión muy pirata) de los X-Men, sino que la autoridad es prácticamente invisible.

Antes se veían constantemente rondines policíacos por varias colonias de Coatepec, y hasta a manera de broma se comentaba que era debido a que la ciudad es pequeña y en menos de una hora la recorres toda en vehículo. Ahora, lo único que se escucha constantemente por la madrugada son las sirenas de la ambulancia o de las patrullas. Por cierto, a estas horas hay motociclistas que salen a pasear como si sus motores fueran ronroneos de gatitos.

No sólo es el alcohol: hay calles rotas lejos del centro, donde la autoridad municipal no puso atención desde que comenzó este trienio. Para los coatepecanos es muy obvio que solamente se arreglaron calles que son para el tráfico céntrico de la ciudad y para la bonita foto con el gobernador; arterias sólo para el tráfico visible, para la imagen de un Coatepec que recibe al visitante.

Otro de los problemas son los "rayones": cientos de símbolos sin una utilidad o productividad pública, ni siquiera con algo que pudiéramos llamar artístico. Claro que no es un problema privativo de Coatepec, pero llama la atención la manera en los residentes han tratado de lidiar con el problema: hay quienes pueden comprar pintura lavable, colocar azulejos, o aquel comerciante que incluso deja un espacio para que los "artistas" hagan uso de su pintura en spray, pero ni así respetaron sus locales, y hoy aparecen con los mensajes que sólo los "virtuosos urbanos" entienden.

Muestra de que no tienen respeto por nadie, gracias a la nula presencia de la autoridad. Hoy en Coatepec, como en todos los municipios del estado, vemos que todo mundo quiere ser alcalde o diputado local; en sus propagandas que comienzan a vestir los postes y bardas, los aspirantes dicen lo de siempre: "experiencia", "honradez", "capacidad", etc., pero nadie propone siquiera una solución para esos mínimos problemas que afligen a la vida intestina de Coatepec.

Vaya, si lo menos grave es la manera en que Coatepec se hunde paulatinamente por la incapacidad de Miguel Galindo, alarmante es que la clase política coatepecana, en lugar de enderezar el rumbo histórico de la ciudad, se dedique a mandar emisarios hacia columnistas como Don Luis Hernández Ramírez, ciudadano del Pueblo "Mágico que no Misterioso", con la única intención de intimidar, quizás sutilmente, o con la delicadeza para mover un fino abanico, pero finalmente para acalambrar.

Vaya, "hay de calambres a calambres", como bien ha expuesto Don Luis, con todo y la sutileza del enviado del diputado federal coatepecano Adolfo Mota. (12 DE JUNIO DE 2007)

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