28 de julio de 2008

Veterinarios chafas


La móndriga dormida cuando no está azuzando

Pablo Jair Ortega -
pablo.jair.ortega@gmail.com.- Por las noches --luego de que anda inquieta todo el día-- no se quiere dormir porque quiere subir a la azotea a jugar con los insectos. Ahí está viéndote con esos ojotes verdes implorando que de favor le abras la puerta y le des permiso para ir a vagar. De plano cuando se pone muy fastidiosa, no queda otra más que cumplirle su capricho.

Ya más al rato, muy oronda baja con una cucaracha o un grillo entre los dientes… Ahí anda uno atrás de ella para quitársela (algo muy cómico si tomamos en cuenta que la Jackie apenas va a cumplir un año de edad, y este autor está fuera de condición física). Finalmente, cuando se da cuenta que se le está hablando en serio, libera al bicho y se concentra en otra tarea. Alguna. Cualquiera. El chiste es dar rienda suelta a su locura nocturna.

Entiendo que esto último es común en los gatos.

Ya de plano se tienen que apagar las luces para hacerle entender que es hora de dormir. No se le dice nada, porque cuando le estás hablando, hace como que te escucha, pero las palabras le entran por una oreja y le salen por la otra. Te mira así como pensando “¿Qué no tuviste infancia? ¡Déjame jugar otro rato, total que yo no voy a la escuela, ni tengo que irme a trabajar para ganarme las Whiskas que TÚ me tienes que comprar, ni la arena que TÚ te ocupas en conseguir!”.

Hay que acostarse, aunque ella seguirá aprovechando esa envidiable capacidad para ver en la oscuridad. Ahí se le oye husmeando, tirando cosas del buró, jugando con el cepillo, afilando las uñas con mi sillón. Es difícil verla, porque nos han enseñado desde tiempos de antaño, que de noche todos los gatos son pardos… Y siendo la Jackie más negra que la noche, entonces menos se le ve.

Cuando uno ya está inmerso en el sueño más profundo, sea erótico o psicodélico, de repente viene la sensación de una navaja que te ataca rozándote la cabeza o los hombros. Uno despierta por la punzada, pero ya sin sobresalto alguno, pues es la Jackie avisándote que ya tiene sueño y se va a dormir. Son como las 2 o 3 de la mañana --una de sus tantas horas favoritas para descansar-- y mientras tanto te ronronea en la oreja. Ahí está sobre la cabeza de uno, escarbando con las patitas un rincón entre la almohada y la cabeza de uno. No deja de ronronearte ni de sacar un poquito las garras, porque está haciendo un huequito para dormir junto.

Haciendo esto, se le perdonan todas las travesuras.

Me imagino que todos tenemos historias similares de cómo convivimos diariamente con nuestras mascotas. Que si el perro ve la tele, canta o toca el piano a dueto. Que si el gato es muy cariñoso y muy curioso. O que el hurón es juguetón y ahí anda uno buscándolo por toda la casa porque le gustan las escondidillas. ¡Vaya! Creo que solamente los psicópatas han disfrutado de matar a un animalito, y ya ni se diga de la “caza deportiva”, la tauromaquia o las festividades de Tlacotalpan y Xico, lugares donde entramos en el dilema de quiénes son las bestias: nosotros o los nobles toros.


Cheque los ojotes verdes

Esta semana que pasó, nos enteramos que Dante, el gato de mi madre, padece de un problema en la vejiga: era muy pequeña y llena de carnosidades. La veterinaria nos decía que había una de dos: o era un padecimiento congénito --lo que se descartó inmediatamente porque el gato antes orinaba muy bien-- o que la anterior (e inepta) remedo de veterinaria le inyectó algo con yodo y eso le quemó el mencionado órgano.

El asunto es que al Dante ya no le dan muchas esperanzas de vida, y mi madre --por obvias razones-- entristeció en estos días. Mientras, el gato que rescató hace ya unos tres años cuando recién quedó huerfanito por la calle, yace convaleciente de la cirugía. Te mira como diciendo “¿No sabes si hay diálisis para gatos?”.

La respuesta es un impotente y triste NO.

Precisamente hoy existe ese coraje de que una inexperta haya tenido en sus manos la vida del compañerito de mi jefa. Alguien que se hace pasar por veterinaria cuando no tiene los estudios, pero nunca te lo dice: te estafa, te hace fraude, te cobra como profesional y todavía tiene el cinismo de abusar de la confianza dada.

Comparto entonces el sentimiento de cuando el conocido político Juan Antonio Nemi Dib relató su experiencia de ir a sacrificar a su perrito que tenía 15 años con su familia. O cuando me contó el Assante que luego de ver como los chinos desollaban vivos a los perros para comérselos, inmediatamente fue a abrazar al Toto.

¿Luego qué hacer? Mi primera idea, en serio que así lo pensé con mi yo más primitivo (Eyo, según Freud), era irle a quemar el local así con antorcha (que no campesina) y toda la cosa, pero sobrevino el Yo y el Superyo para decirme a mi mismo: “¡Mi mismo, ‘tas loco, maestro! ¡Vas a acabar en el bote, wey!”

Luego entonces, ya más calmado, ¿qué hacer? ¿A dónde acudir? ¿No hay quien castigue a los veterinarios chafas? ¿Cómo reclamar la vida de un ser vivo que no es humano? El daño ya está hecho y lo más sano en primera instancia fue mandar a freír espárragos, cocer tapioca y demás actividades y lugares lejanos rete insulsos a la “matasanos”.

Lo “pior” es que ignoro si haya un organismo arbitral que sancione a los malos médicos veterinarios. Tengo entendido que acaso está designada la mascota como objeto, como propiedad privada. Como si se dañara un carro, una computadora, y que entonces se puede demandar ante el Ministerio Público la reparación del daño.

Nomás que queda esa espinita… ¿Un animalito qué culpa tiene de las estupideces que un mal veterinario hace? ¿Habrá algún tipo de justicia en el futuro para estos seres vivientes? ¿Qué castigo puede haber?

Se me ocurre meterles la choya en una pila de caca de elefante por 24 horas, por aquello de la justicia divina.

No hay comentarios.: