Llueve.
La noche cae como plomo inerte.
Calor del meridiano horizontal,
se cuela en una miserable ventana,
de un día convertido en negrura.
De tres paredes calientes
como piedras de temazcal.
Los cocuyos
ya tuvieron sus vespertinas.
Anduvieron por el monte
antes de que lo cortaran,
los convirtieran en tumba seca,
en hierba de noche como plomo inerte.
La música es incidental,
instrumental,
como una película lenta,
que deja la mente trabajando.
Pausa.
Llegas en forma de recuerdo.
Caes como lluvia, como noche,
como plomo, como muerte.
Te cuelas en la ventana,
en la negrura de mi cabello.
Como piedra caliente
sobre la espalda.
Como masaje erótico.
De esos que te sientas en mi regazo,
y me haces ver cocuyos en la cabeza,
lucecitas en los ojos,
solecitos,
gotas de lluvia.
Llegas y no te vas.
De hecho, no te has ido.
Sigues y sigues.
Aquí, latiendo entre
las lunas que se ven,
las que se esconden,
las que son tropicales,
las que son de invierno.
En todas estás tu.
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