24 de agosto de 2009

El México aludido de Calderón


La "maistra" Vale Esther, hablando de una enfermedad desconocida para los mexicanos llamada "Influencia NHLNL"

Pablo Jair Ortega - pablo.jair.ortega@gmail.com.- La lógica de Calderón al asumir que las críticas hacia su fracasada administración son críticas hacia México, es el indicativo del grado en que se encuentra desconectado el presidente de la realidad.

Se le recomendaría al titular del ejecutivo tantito sentido común y ver cómo está la situación con observaciones desde fuera de Los Pinos, no desde adentro donde el Presidente recibe informes diarios de que todo va bien, que todo mundo lo quiere y es más popular que los Beatles, y por ende a Jesucristo. O que las medidas que toma como el responsable de llevar las riendas del país, están funcionando de maravilla.

Ya de hecho desde que nos dijeron que era un catarrito, hoy todo mundo recuerda al secre de Hacienda con una mentadita.

Sin duda debe ser difícil ser presidente de un país tan complejo, con una historia singular, y que a la vez tiene amplios rubros para ser una potencia mundial.

No obstante, se supone que la clase gobernante –y enfatizo: se supone– es la que nos debe de asegurar que pronto saldremos del hoyo, ya no digamos para sentirnos del primer mundo sino para decir que mañana nos alcance para tragar y que no tengamos la incertidumbre de perder el empleo.

Ya de perdida esto último, pues el candidato Calderón Hinojosa estuvo jode y jode como cuchillito de palo que iba a ser el presidente del empleo, pero la frialdad de los números lo contradicen.

Esto no es hablar mal de México, señor presidente; no tendría porqué usted invocar un nacionalismo idiota para desvirtuar lo que se dice de su investidura, de sus desatinos, de sacrificar a cientos de soldados y policías (y por ende, a miles de familias) dizque para combatir al narco.

Ahora resulta que hablar mal de usted (que la verdad es un deporte muy chido conforme a las burradas que le gusta decir o hacer) es hablar pestes de los aztecas, de los olmecas, los totonacas, los jarochos, los charros, los norteños, del pulque, de Chilangolandia, del santuario de la mariposa monarca –y próximamente de La Familia–, del inigualable Caribe mexicano, del chilorio, de las chamarras tamaulipecas, de la música de los Tigres del Norte, del santuario de las ballenas en el mar de Cortez, de los camarones del Pacífico mexicano, de los chanchamitos en Minatitlán, de la carne de Chinameca, de la cochinita pibil, de las cascadas de Agua Azul, Palenque, Misol-Ha, las lagunas de Montebello, del Cañón del Sumidero, de las mayordomías istmeñas, de la Guelaguetza y las fiestas patronales en Oaxaca, de los artistas urbanos en Xalapa, de la UNAM, de las Chivas o hasta el América, de los Pueblos Mágicos, la blanca Mérida, el Tabasco tropical, los indígenas tarahumaras, los popolucas, zapotecos, de la hermosa y apacible Querétaro, del Acapulco a Go-Go, del Puebla de los Ángeles, del antiguo vino de Parras o el valle de Cuatrociénagas en Coahuila, de la riviera maya, de la doctora Diane Pérez dando las noticias, de la cerveza Tecate, la Bohemia, del mezcal, del torito, de Chava Flores, de Tin-Tán, de Pedro Infante, de Humberto Vélez haciéndole de Homero, de los poemas de Díaz Mirón, Goroztiza o Nezahualcoyotl, de las pirámides de El Tajín o las de Teotihuacán, las momias y callejones en Guanajuato, de las playas en Mocambo o Costa Esmeralda, de la Poza de los Enanos o la Laguna Encantada de los Tuxtlas, de los brujos de Catemaco, de la diminuta Colima, del cabrito sinaloense, del Espinazo del Diablo en Durango, de Pancho Villa, de Emiliano Zapata, de Real de Catorce, de la Huasteca (sea potosina, tamaulipeca o veracruzana), de la Torre Latinoamericana, de Café Tacuba, de La Parroquia o el arroz a la tumbada en Veracruz, de Elena Poniatowska, del Parque Fundidora en Monterrey, de las nalgas de “La Nacha Plus”, de la elegancia de Blanca Guerra, del café de Coatepec, de las tortugas cahuama y las caguamas de Corona, de la gente que sale a misa o se sienta en la banqueta a espantar los moscos y echar la platicada, de los niños mexicanos cuyo futuro está en duda como el caso de ABC en Hermosillo.

Son algunas de las pocas cosas que se me ocurren para justificar que no puedo hablar mal de México, aquí o en China.

Algunas, señor presidente, seguramente las comparte, así que usted sabe que muchos periodistas mexicanos no podemos hablar mal de este país, no obstante, sí de la pobreza de su clase política que se escuda diciendo que criticarlos es criticar a México.

Es como si dijeramos que la dificultad de Elba Esther para entender palabras simples (pa’ la mecha, y le dicen “La Maestra”), hace a todos los profesores estúpidos.

Nel, ¿de cuando acá esos de arriba representan algo para los de abajo?

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