24 de agosto de 2014

Otro cuerpo de élite, otro beneficio de la duda


Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- Desde la creación de la Policía Federal Preventiva (PFP) según decreto del 4 de enero de 1999, por parte del entonces presidente Ernesto Zedillo, el discurso era el mismo: la creación de una corporación al servicio de la población, bla bla bla…

Las primeras generaciones de la PFP recuerdan que existía un recelo tremendo por parte de los instructores de aquella época y había una poderosa razón: eran alumnos de la mítica escuela de la Policía Federal de Caminos, la élite de las élites en México, comparada con cuerpos especializados de la Marina y el Ejército, y otras corporaciones a nivel internacional. Fue creada por el presidente Abelardo L. Rodríguez en febrero de 1931 como un organismo desconcentrado dependiente de la Secretaría de Comunicaciones y Transporte, pero su autonomía le dio el prestigio histórico que todos recordamos.

Con sede en San Luis Potosí, de esa escuela surgieron cientos de federales que llegaron a convertirse en verdaderas leyendas policiacas. Muchos comandantes y oficiales llegaron a ser amigos personales de periodistas, caciques, empresarios y de otros jefes policiacos y castrenses, pues el trato cordial era parte de su disciplina. Eran los que más mataban, por lo que en su momento fue el trabajo más arriesgado en México. También eran famosos por sus vehículos de alta velocidad, generalmente modelos de lujo modificados y equipados con alta tecnología. La legendaria academia de Policía Federal de Caminos sencillamente se perdió con el tiempo.

Al entrar la Policía Federal Preventiva en el 99 (dependiente de la Secretaría de Gobernación) se militarizó con elementos del Ejército Mexicano por serias deficiencias en su arranque y que tenían que ver con cuestiones de presupuesto y de reclutamiento de civiles. Se recuerda su máximo operativo en febrero del 2000: la incursión en la UNAM para desalojar a estudiantes que habían tomado las instalaciones.

Al entrar Vicente Fox Quesada, creó la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) que tendría bajo su control a la Policía Federal y anularon la palabra “Preventiva”. Su primer titular fue Alejandro Gertz Manero, emanado como jefe de la Policía del Distrito Federal. Su transformación pasó el sexenio sin pena ni gloria, aunque con algunas capturas de capos, pero con el mérito que se compartían entre la Procuraduría General de la República, la SSP, así como las fuerzas armadas, con una discreta participación (de hecho, el sexenio de Fox se marcó por la huida de Joaquín “El Chapo” Guzmán del penal de alta seguridad de Jalisco.). En Veracruz, el gobernador Miguel Alemán Velasco también crearía la primera Secretaría de Seguridad Pública, al mando del hoy diputado federal Alejandro Montano Guzmán.

Con Felipe Calderón fue que la Policía Federal se reforzó por el fortalecimiento sobredimensionado que realizó el michoacano a la SSP federal, a cargo de Genaro García Luna. Con el exagerado presupuesto y facultades atribuidas por ley, la Policía Federal se convirtió en un monstruo inmenso que desplazó a corporaciones y hasta dependencias como la PGR al atribuirle funciones de investigación. Después, y ante la estrategia fallida para combatir a la delincuencia organizada --como obvia prioridad para el gobierno de Calderón-- los federales fueron relegados a funciones de patrullaje en ciudades y carreteras, haciéndose cargo del trabajo rudo los militares y marinos.

Incluso la misma Policía Federal que tanto presupuesto tenía, fue perdiendo la confianza ciudadana y cayó en el descrédito luego de los escándalos con montajes que se coronaron con la detención de la ciudadana francesa Florence Cassez; se recuerda también que soldados del Ejército Mexicano fueron disfrazados de policías federales para tomar las instalaciones de la extinta compañía de Luz y Fuerza del Centro.

Hasta hace poco, en Michoacán (ya en el sexenio de Enrique Peña Nieto) mandaron a llamar varios policías federales de todo el país para que se concentraran en dicha entidad y realizaran trabajos de vigilancia en carreteras, así como administrativo. Las fuerzas armadas eran quienes todavía tenían la tarea de combatir a los grupos delincuenciales.

Precisamente la nueva Gendarmería Nacional forma parte de esa estrategia anunciada desde inicios de este sexenio para sacar poco a poco al Ejército y a la Marina de las calles y crear un cuerpo policiaco militarizado para misiones específicas. Entendemos que esta misión es el combate a la delincuencia organizada, ante la urgencia de no seguir desgastando la imagen de las fuerzas armadas actuando como policías en las calles. Veracruz es ejemplo de ello, como se explicará más adelante.

No obstante, los primeros 10 mil elementos de la Gendarmería, son ocho mil 500 militares y mil 500 infantes de la Marina-Armada, capacitados para actuar como policías de proximidad.

Esta reseña también es una analogía de lo que ocurre en Veracruz durante el presente sexenio: los policías municipales de las principales ciudades fueron poco a poco desplazados y desaparecidos en el proyecto de unificar bajo un sólo mando a las corporaciones. De ahí, el policía que todos conocíamos, que era nuestro vecino, conocía a la población y el territorio, fue incorporado a cuerpos de la Policía Intermunicipal, que en un principio fueron aplaudidos porque a los policías les mejoraron sus condiciones laborales. Xalapa, Veracruz, Coatzacoalcos y Poza Rica fueron las sedes de las nuevas corporaciones dependientes de la SSP estatal, a cargo hoy de Arturo Bermúdez Zurita.

Al paso del tiempo, y con la guerra desatada contra la delincuencia organizada, se usó como pretexto la complicidad de algunos policías intermunicipales (en lugar de castigarlos e investigar) y la unificación del mando único para desaparecer a las corporaciones estatales. En Xalapa, luego de una balacera que se extendió a caminos rurales de Coapexpan el 23 de mayo de 2011, se descubrió que una de las armas abandonadas por los delincuentes estaba registrada a nombre del Gobierno de Veracruz; horas después, militares y marinos sitiaron desde temprano la Academia de Policía ubicada en El Lencero y concentraron a todos los policías intermunicipales de Xalapa, a quienes desarmaron, quitaron sus uniformes y hasta artículos personales. Literalmente fueron echados a la calle con la ropa de civil que traían.

Lo mismo fue ocurriendo con las demás corporaciones estatales: fueron concentrados en diversos puntos, los desarmaron y les quitaron sus uniformes. En Coatzacoalcos se recuerda que se llevaron a cabo protestas precisamente por la manera en que fueron despojados de sus pertenencias y celulares. En ese momento, a miles de policías los despedían con una patada en el trasero y vendría todavía el calvario de cobrar lo que por ley les pertenecía a muchos elementos con años de experiencia. En el puerto de Veracruz, de igual manera, concentraron a todos los intermunicipales para decirles adiós.

Comenzó entonces otra nueva etapa, otra nueva estrategia, otro beneficio de la duda para esperar resultados a corto o mediano plazo, con la instalación de la Policía Naval: marinos que servirían como policías municipales. En un principio, la estrategia parecía excelente: la Marina Armada de México es, quizás, la institución más respetada de México.

Los problemas comenzaron cuando los marinos no sabían en el territorio en que andaban. Muchos se perdían en las ciudades, chocaron patrullas por no saber el sentido de las calles, y en general (hasta el día de hoy) tardan mucho en responder a llamados de auxilio por desconocimiento de la plaza o porque son mucho menos elementos. La institución de más confianza para los mexicanos, degradada al nivel de cuidar borrachos, miones, acudir a buscar rateros de viviendas, etc. La imagen institucional por los suelos.

Recientemente en Minatitlán, dos secuestradores que habían sido detenidos en un exitoso operativo en una casa de seguridad, se escaparon del cuartel policiaco como si nada. Dos peligrosos delincuentes andan en la calle, por fallas gravísimas de la corporación.

En ciudades como Córdoba no se implementó la Policía Naval, pero sí llevaron todo un circo organizado por el secretario de Seguridad Pública Bermúdez Zurita, con policías estatales de Mando Único, justamente a unas semanas de las elecciones municipales en donde perdió el PRI.

Mientras el circo de la SSP estatal se desarrollaba, a los policías los tenían durmiendo en el suelo, hacinados en un edificio municipal y sin los servicios básicos. De hecho en Córdoba, pese al anuncio de la llegada del Mando Único, siguieron los tradicionales excesos de los ricos de la ciudad: un propietario de hoteles circulaba temerariamente por las calles y avenidas en un auto deportivo de lujo; al ser interceptado por los policías estatales, resultó ser el dueño del hotel donde los mandos policiacos se hospedaban. Obviamente, lo tuvieron que dejar ir. La impunidad vencía la parafernalia.

En resumen, otra vez los mexicanos y veracruzanos tenemos que sentarnos a esperar resultados cada vez que cambian las estrategias de gobierno para el combate a la delincuencia. Si bien los gobernantes actúan de buena fe, los ciudadanos tienen que entrar en la dinámica del beneficio de la duda, cuando las instituciones más bien deberían reforzarse y sanearse de la corrupción.

En el caso de Veracruz, ahora tenemos operativos como el Blindaje Papantla, Blindaje Córdoba y Blindaje Coatzacoalcos: más circo de la SSP estatal. Mientras, según datos recientes del Sistema Nacional de Seguridad Pública y versiones confirmadas por el gobernador Javier Duarte, delitos como el secuestro permanecen intactos y creciendo.

Para México se creó la Gendarmería Nacional, también con mucho discurso, mucha parafernalia, pero con el inconveniente de lugares como Tamaulipas que son territorios bajo control total del crimen organizado; o Michoacán, donde un sólo delincuente controla la vida política de ese estado.

Crean nuevos cuerpos tanto en Veracruz como en México, pero el combate a la corrupción que protege a la delincuencia permanece intacta en su estructura. De eso estamos seguros. El caso de la SEMAR en Veracruz, sin duda, merece un gran reconocimiento por su labor histórica de defensa y protección a los ciudadanos, por lo tanto no merece que se siga desprestigiando.

En todo caso la pregunta sería: ¿vendrá la Gendarmería a Veracruz a meter orden a puntos específicos como el norte y sur de la entidad donde se han disparado las ejecuciones y secuestros? ¿O será que sus primeras misiones acontecerán como con Calderón: enviando la Gendarmería al estado natal del presidente?

Y es que el Estado de México, con la inseguridad desatada en varios municipios, es ahorita más que un peligro para México: es un peligro para la Presidencia de Peña Nieto.

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