27 de enero de 2010

Para hacerse pendejo extrañando

Para hacerse pendejo extrañando
no se requiere ser poeta, ni tampoco pendejo.
Se necesita una musa, más joven que uno,
blanca, cabellos rizados, 10 años menos.
Una que te regaló una sonrisa diaria
porque era medicamento cardiovascular.
No necesitas distancia corta, ni sexo:
sólo su cara, presente, ausente, indeleble.
Sólo sus manos que huelen a fruta
rozándote la cara.
Tus dedos que tocaron la suya
y cambiaron tus huellas digitales.
Puedes fingir que no hay nada,
que comes bien, vives bien,
ves pornografía como si nada,
fingir que su cuerpo ya es olvido
aunque allá en el fondo es recuerdo.
Para hacerse pendejo extrañando
puedes sumirte en la locura,
estar patológicamente desequilibrado de la mente,
hablar sólo mientras defecas,
mientras te bañas,
mientras caminas pensando en ella,
inevitablemente sin dejar de verla,
ya sea en la banqueta,
en las paredes pintarrajeadas,
o allá arriba donde está nublado.