Gregorio Jiménez de la Cruz
Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- Se cumplen 48 horas de la desaparición de Gregorio Jiménez de la Cruz, reportero de la fuente policiaca que trabaja para los diarios El Liberal del Sur y Notisur.
Al cierre de esta edición, tres altos funcionarios del gobierno de Veracruz y un alcalde terminaron una conferencia de prensa en Coatzacoalcos para detallar avances de la investigación. Uno más, ausente, se supone estaba en labores propias de su cargo.
Pero no fue suficiente.
La conferencia de prensa se convirtió en una manifestación contra las atrocidades que quedan impunes.
El enojo, la irritación, la impotencia, los corazones anquilosados por horas angustiosas: Gregorio no aparece. La familia, alejada de los reflectores. Los compañeros de labor son los que se han movilizado para exigir su presencia, sana y salva. Exigen también garantías para su seguridad: ni uno más.
Ni uno más, ya.
En verdad, en serio. Los que tengan que mover los hilos para ese asunto, que operen ya, en lugar de hacerse chaquetas mentales de aspiraciones políticas.
Que se apliquen ya los policías, soldados y marinos que presumen afanosamente de saber quiénes son los malosos que operan en una zona donde la delincuencia ha vuelto a asentar sus reales.
Que quienes se supone que defienden y protegen los derechos de los periodistas en verdad se acerquen al gremio a escuchar las inquietudes. No en momentos de crisis, sino de manera permanente, constante. Que los cursos de supervivencia tipo Rambo no servirán para nada: en Veracruz no cubrimos guerras tipo Medio Oriente, no usamos armas, ni pretendemos hacerlo.
Que se ubiquen quienes se tienen que ubicar que cada región de Veracruz tiene su problemática en particular. Los reporteros, esas realidades, las recogen diariamente. Lidian con todo y es parte del oficio. El sur de Veracruz tiene motivos históricos para protestas fuertes: los cobardes asesinatos de Jorge Salinas Aragón (1959) y Javier Juárez Vázquez (1983) son los casos más emblemáticos de las muertes de periodistas ordenadas desde de la mafia entretejida en el poder.
Sí, hay quienes aprovechan el momento para llevar agua a su molino. Eso es inevitable: los intereses personales movidos por personajes oscuros son cosas de todos los días. Cada quien hace de su pluma un papalote.
Hoy los ojos del mundo están puestos en Coatzacoalcos. Veracruz vuelve a ser noticia por ser territorio peligroso para los periodistas; y si bien no los mató Javier Duarte, ni Bermúdez, ni Amadeo, ellos son los que velan por la seguridad de los jarochos. Las responsabilidades y consecuencias, en automático, son atribuidas a ellos.
Es llana la tarea: tienen que responder y apechugar.
Se cuenta que Hernández Ochoa era experto para esas lides: era dado a ir al Valle del Uxpanapa a escuchar mentadas de madre de los indígenas chinantecos que estaban (están) enojados de cómo fueron desplazados de su tierra nativa. El gobernador ecologista sabía de eso e iba con gusto.
La moraleja del día es “escuchar”.
Desde este espacio rogamos a cualquier fuerza humana, sobrenatural, divina o extraterrestre que Gregorio Jiménez de la Cruz regrese en las próximas horas a los brazos de su familia. Que esta columna quede desfasada en el tiempo y mientras es leída, ya la noticia es que Gregorio está en su casa.
Quienes tienen el poder de hacerlo posible, por favor, tengan compasión: nada les cuesta.
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