Fotos: ALBERTO MORALES / Multigráfica
Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- Densa banda. Colas de dos kilómetros. Colas bien formadas de todos los colores. Niñas hippies de las que te enamoras. La flota viene al rock and roll. Greñas largas. Oscuridad en las ropas. Banda gruesa que viene a desquitarse del frustrado Hell & Heaven.
A los pies del Tajín, en la falda del Dios Trueno, los caminantes andan de la mano, se arremolinan, juegan infantilmente sobre carros de madera y fierro. Una güerota descansa en el palo de los voladores; sexualmente incita con sus largas piernas en el césped. Son los aspectos de un Tajín que raya en el Woodstock tropical del norte de Veracruz.
La cita siempre es y será en el Nicho de La Música. El escenario central del desmadre, del folklor, de la penumbra que se ilumina con la noche y estrobos.
Puscifer sale al escenario a dar un repertorio que alucina a una mujer canadiense descalza. Es de las pocas en el corralito de prensa que trepa las vallas y se excita armoniosamente con las voces de una alocada vocalista embarazada. Pasa, porque la espera es larga y la banda sabe esperar. Maynard se disfraza de un viejo grotesco; una especie de crooner de caricatura.
En lo personal, creo que la noche se la lleva Les Claypool. Su poderoso bajo retumba las cuatro cuerdas como si fuesen una jarana encabronada de versos pícaros. Quienes no conocían a Primus, supieron al momento que el líder es el disfrazado de hipster con sombrero de bombín y barba de chivo; su acento texano (aunque es de California), que no se le entiende ni madre de lo que dice.
Claypool prende a la banda. Enciende las emociones como si fuesen parte de su virtuoso tololoche eléctrico. Se disfraza de cerdo, si acaso sabe que en Veracruz el ganado porcino es igual de apreciado que los limones. “My name is Mud”, la máxima de Primus. Pasan de teloneros a ser protagonistas junto a Tool: el más esperado de la noche perpetua en la ciudad del trueno. Los largos solos del bajo de Claypool quedan memorables en el escenario de la Cumbre Tajín.
Entre el respetable se podían ubicar algunos conflictos típicos de los conciertos: los que se quieren saltar para estar al frente o lo más cercano al escenario; entre polis y seguridad privada fueron sacando a los revoltosos y a los que se sentían ahogarse en ese mar de gente que olía a cigarro, mota y sobaco.
Tarda Tool en salir, acaso porque Maynard está cansado de brincotear como vocalista de Puscifer. Lo hace al estilo de su líder: en medio de las penumbras, nieblas artificiales y contraluz. La voz de Maynard toma la seriedad requerida como miembro de Tool y desgarra la garganta como si fuese tortura.
En el ámbito de lo privado, oculto, sin necesidad de tirar rostro: Maynard siempre se distingue por ser un personaje que raya en el anonimato, de pocos reflectores. La esperada “Sober” por este cronista nunca llegó, pero el metal progresivo de Tool retumbaba hasta en los baños del lounge de la Sala de Prensa.
La parte audiovisual lleno de rayos lasers el techo blanco (jajaja). Las manos levantadas con los tres dedos, señal que Ronnie James Dio robó a su abuela para espantar a los malos espíritus.
Tool se aventó como dos horas y media de concierto; los gorrones que no eran prensa comenzaron a saturar el corralito, acaso por las chelas gratis o porque las antropólogas guanajuatenses estaban fascinadas porque a los periodistas -dicen- nos consienten mucho en Veracruz.
“Haiga sido como haiga sido”, todavía retumban las orejas por lo ensordecedor del rock poca abuela de anoche.
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