Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- Para estas horas en que se escribe este texto, el sacerdote Alejandro Solalinde está en Barcelona, Catalunya, hablando de la podredumbre, la tristeza y la cruda realidad del paso de los migrantes centroamericanos por México rumbo a Estados Unidos y que son secuestrados y asesinados por grupos del crimen organizado asentados en zonas de Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Tamaulipas.
No es posible creer que al padre Solalinde, viviendo en Ixtepec, Oaxaca (donde se ubica un cuartel de zona militar) no se le haya podido proteger. Si bien su amor al migrante que busca una mejor forma de vida le pide total renunciación y humildad de acuerdo a los preceptos de Jesucristo, tanto que no pedía seguridad a costa de su propia vida, el Estado mexicano estaba obligado a proteger al único sacerdote que se le recuerda --junto al obispo Samuel Ruiz-- en los últimos tiempos de México por su gran labor humanitaria.
Lejos de los reflectores políticos y vida de estrellas de rock and roll en decadencia como Sandoval Íñiguez, Onésimo Cepeda o hasta el mismo Norberto Rivera (por cierto, ¿dónde anda que ya no figura en medios?), el padre Solalinde está dando el ejemplo de lo que las autoridades no hacen ni la sociedad civil se digna a hacer: proteger a quienes caminan, viajan desde sus lugares de origen en busca del sueño americano.
Aquí en Veracruz cabe comentar que el arzobispo de Xalapa, Hipólito Reyes Larios, criticó la labor del padre Solalinde. Así de despreciable el trato en la casa.
Antes, los indocumentados sólo tenían que lidiar con la corrupción de las autoridades policiacas y migratorias. En el trabajo de periodismo, nos tocó entrevistar por dos días seguidos a migrantes y a quienes tenían contacto con ellos. Las rutas que tomaban y el paso casi obligado por la garita de Acayucan.
Ahí nos tocó un hondureño que nos hablaba de que la cuestión más difícil del viaje era pasar por México, y no porque fuera un camino peliagudo, sino porque se encontraban con los “Mara Salvatruchas” (pandilleros que se hicieron famosos por asaltar a los migrantes en Chiapas) y soportar el acoso de las policías locales y de Migración. Pero que el asunto se resolvía con dinero. Si uno traía suficiente, podías comprar a una autoridad migratoria y pasar como si nada.
Las detenciones que se hacían por parte de las policías municipales rayaban en lo burdo, y los llevaban a las comandancias para ser entregados a autoridades federales o a hoteles como el Napoleón, en el centro de Minatitlán, para redirigirse con nueva ruta ya pactada ante el jefe policiaco en turno.
Eso hace unos 10 años, cuando todavía no se hablaba de los Zetas, quien de acuerdo a las declaraciones del jefe “Lucky”, amigo de Lagos, es parte del “negocio” en la entidad. Para entonces había colonias en terrenos irregulares del sur de Veracruz en los cuales se quedaron a vivir los centroamericanos. En las brigadas de salud se dieron cuenta de ese detalle porque no dejaban vacunarse y al pedirles que se identificaran, éstos confesaban diciendo que no eran mexicanos.
En la región de Acayucan era conocido que a las mujeres se les prostituía. Que era común encontrar centroamericanas que servían como meseras y meretrices en las cantinas locales.
Pasando el tiempo, el asunto de la migración se convirtió en una grave problemática. Los viajantes eran demasiados y la ambición de las corruptas autoridades mexicanas se desbordó. De los migrantes que supuestamente se quedaban dormidos en las vías del tren pasamos al escenario de los 72 ejecutados a sangre fría en un rancho en Tamaulipas.
La violencia desbordada y ahora enrutada de manera diferente la operación de los “polleros”, el negocio del tráfico de humanos pasó a ser parte de la delincuencia organizada. Esto ha sido denunciado innumerable veces por el padre Alejandro Solalinde y ha señalado con índice de fuego la complicidad de los gobernantes en el maltrato que se le da a los migrantes, pese a ya estar despenalizado como delito.
Casas de protección han estado a punto de desaparecer como en el caso de Coatzacoalcos, por amenazas constantes. Es mejor salvar la vida a costa de que los viajeros no tengan a dónde llegar y sean presas fáciles para los que se dedican a este vil negocio. Precisamente el antiguo Puerto México es donde se han rescatado varias veces a grupos multitudinarios de indocumentados que eran secuestrados y llevados al hacinamiento en casas de la ciudad.
Solalinde, valientemente, ha mantenido su refugio y es por eso que ha recibido las amenazas contra su vida. Las denuncias y los señalamientos del sacerdote no han sido suficientes para hacer entender al Estado la real problemática y éste ni siquiera se ha inmutado a proteger a uno de los mexicanos más significativos.
Es curioso, pero prefirieron enviarlo al extranjero, donde México ya no sólo se tendrá la fama de tener a los capos más poderosos de las mafias, sino que difundirá (y a una comunidad europea muy solidaria con las causas) lo que está pasando en México en el tema de la migración. No sólo eso, sino que estamos seguros que el padre volverá fortalecido, apoyado legalmente y con recursos mayores que aquí los gobernantes mexicanos regatean para dar, no fuera el Teletón.
Es inconcebible que al padre Solalinde nadie lo haya podido proteger en México. Que el gobierno le recomendara salir del país argumentando la incompetencia para proteger a uno de los mejores seres humanos que ha habido en el mundo en los últimos tiempos.
Ni siquiera un regimiento de soldados, unos policías federales de los que tanto presume Calderón, mucho menos la autoridad local.
Al padre Solalinde prácticamente lo estaban dejando morir solo, pero --como él lo ha expresado-- no teme dar su vida por la causa, y en Europa dará a conocer las realidades de un México bárbaro que se niega a morir con tal de seguir jodiendo al prójimo que no sea mexicano.
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