Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- Finalmente llegó a su última morada. Allí en una loma alfombrada en donde decenas de compañeros periodistas, amigos y familiares estuvieron presentes para decirle el adiós definitivo a Regina Martínez.
Un silencio verdaderamente sepulcral inundó la escena. Sólo se escuchaban a las chicharras de temporada y los rehiletes que adornaron las tumbas infantiles de este Día del Niño.
El féretro de Regina fue bajado a la fosa, mientras, cabizbajos, se veía en cámara lenta las maniobras de los sepultureros. Las lágrimas volvieron a brotar repentinas. Los nudos en garganta se hacían evidentes cuando más de uno carraspeaba. Los cigarros fueron encendidos como cirios infaltables de una sala de redacción.
Para las 4.30 de la tarde, Regina Martínez recibía sus últimas flores y agua bendita de la mano de sus amigos y familia.
Debe apuntarse que todo esto ha pasado tan rápido, que muchos todavía no creen que sea Regina la que estaba en ese ataúd de madera. Tan estupefactos estamos, que se compró una cruz para identificar su tumba, casi al mismo tiempo que fue enterrada.
No hay rezos. A cambio, desde algún punto cercano a la fosa, trasciende una porra muy sutil que desborda en aplausos que duraron más de un minuto.
Al final todos se despiden. Los abrazos consoladores, la plática sobre Regina, de los ausentes, sobre qué se sabe en la Procuraduría, y de que ojalá no le quieran apostar al olvido.
Las coronas rodean al sepulcro. Una cinta dice en grande VERDAD Y JUSTICIA PARA REGINA.
Rato después, en una mesa de café y postre, un compañero de batallas de la periodista en la mejor época del diario Política, sentenció: “No creo que haya otra Regina”.
Y así lo creemos.
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