21 de mayo de 2013

Cuando los Doors llegaron a Veracruz

Ray Manzarek y Robbie Krieger, en su visita a Veracruz en febrero de 2008 (Foto: Alberto Morales)

Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- 
Pasaba el camión por el malogrado Museo del Transporte de Xalapa. El camión, de esos que llaman de segunda, pasaba a raja madre como acelerando para volar hacia Coatepec. Destartalado hizo una parada repentina ahí frente al elefante blanco del Alemanismo y en un poste, el pendón mal colgado anuncia: “The Doors, Riders son the Storm Tour - Veracruz”.

Se trataba de una de las últimas giras que dos miembros sobrevivientes de la legendaria banda psicodélica harían por algunos lugares en México, incluido el estado de Veracruz, allá en el Güord Trait Senter de Boca del Río.

Era febrero de 2008. Había muerto Emilio Carballido, acababan de pasar las fiestas por la Virgen de Candelaria en Tlacotalpan y la foto de unos pistoleros cortando cartucho en Texistepec hacían ganar el Premio Nacional de Periodismo a Fabián Antonio Santiago Hernández.

Le hablo al Cat para pasarle el chisme, pero se corta la llamada por la falta de señal entre Xalapa y Coatepec. Entra la llamada justo en la entrada del Pueblo Mágico

--¿Qué ondaaaaa?-- pregunta Alberto Morales.
--Mi Cat, llegan los Doors a Veracruz-- le repliqué.

Por la tarde me confirmaba que ya tenía los boletos para la legendaria tocada, que sería el jueves 21.

Ese día nos organizamos como si fuésemos a campamento. La tirada era salir por la tarde al puerto con la banda. Nos fuimos en la Liberty: Fabiola González, Liliana Jiménez, Alberto Morales, Raciel Martínez y su servilleta. Allá nos caería el Víctor Fuentes.

Sale la nave rumbo al puerto desde La Parroquia. Cat y Raciel enfrente, recordando que fueron a ver la película de Oliver Stone a la Cineteca Nacional; parafrasean Riders on the Storm con otra letra: “Huevos con jamón… Y un poco de frijol… Tortillas por favor...”

Entrada la noche llegamos al lugar, poco lleno, con vendedores de esos chilangos que te venden playeras, tazas y discos “clonados”. La seguridad relajada. La sorpresa: niños de menos de 10 años llevados por los padres rockeros.

Curioso: los boletos en realidad no eran caros, pero la prole prefirió comprar los económicos, dejando un gran espacio en medio vacío entre los que estábamos hasta adelante y los que literalmente estaban hasta atrás. Como la verdad se veía ridículo el asunto, los organizadores dieron chance a que la perrada se cruzara y ocupara lugares mejores: y ahí viene la marabunta de fanáticos aventando sillas y chingue su madre el último.

La tocada empezaría con luces oscuras y ritmos estridentes de las luces con el teclado del legendario Ray Manzarek. Poco a poco se juntaría la banda, teniendo a Brett Scallions como vocalista. No hay John Densmore en la batería.

Entre los músicos se ve una bajista como que de origen mexicano. En la guitarra, ni más ni menos que el autor de “Light My Fire”, Robbie Krieger.

Como a la tercera rola se presentan: “We are The Doors” en la voz de Manzarek, quien se convierte en el alma de la fiesta. Presenta uno por uno, hasta que Robbie hace lo propio con Ray: este monta guardia como boxeador y lanza puñetazos al aire como si estuviese siendo presentado en cualquier ring pugilista de Las Vegas.

Para sus 70 y tantos años, los dos miembros de los Doors tocan como si fuesen sus mejores épocas. La vitalidad en ellos es palpable. El vocalista se ve opacado porque sencillamente no le llega a lo que era Mr. Mojo Risin.

El concierto transcurre en calma, sin prisas, entre la nobleza un público conocedor que si bien no está quemando mariguana, no tardaría en hacerlo llegando a su refugio y decir “Madre, puedo morir feliz, porque escuché a Los Doors”. La chaviza, los muy morritos, increíblemente se saben las letras, disfrutan el concierto sin necesidad de tragarse shows infantiles como el de Tatiana.

Creo que el momento más impactante fue “When the music’s over”, con esa longitud de tiempo que se pierde en el órgano de Ray, la guitarra llorona de Robbie, el grito de la mariposa y el estrepitoso final para pedir que se cancele la suscripción a la resurrección, salvar a la tierra y pedirle a Jesús El Cristo que nos salve.

Para finalizar nada como “Spanish Caravan”, que tuvo un preludio de antología. Robbie Krieger no se quedó con las ganas de presumir que sabe español, y de vez en cuando soltaba alguna que otra frase, que fueron membreteadas musicalmente con el famoso “No me molestes, mosquito”.

El Ray Manzarek loqueando en el concierto en Veracruz (Foto: Alberto Morales)

Terminó el concierto. El rumor era que la banda iba para el famoso restaurante Dawson’s, pero no llegó nadie, más que pura gente del concierto.

Así los Doors trascendieron esa noche, como “moonlight drive” en el rinconcito donde hacen su nido las olas del mar; el puerto donde nació La Bamba, que alguna vez los cuatro jinetes de las puertas de la percepción deben haber escuchado en voz de Ritchie Valens.

Así los dos únicos miembros de los Doors que estuvieron en Veracruz dieron una de las noches de agasajo rocanrolero más memorables. Así, sencillos, sin estrictas medidas de seguridad, sin revisión de personas, como si uno llegara a un bar de esos donde todos se conocen, se saludan y oyen rocanrol en paz.

Así trascendieron en Veracruz esa noche, y al parecer muchos no se enteraron, pues hubo más de uno que se la mentaba.

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