Roberto mentiroso.
Pablo Jair Ortega - pablojairortegadiaz@gmail.com.- Cuando Roberto Madrazo presumía en sendos promocionales en la televisión nacional que mientras fue gobernador de Tabasco no había indigentes en las calles de tal entidad, decía la verdad a medias.
Efectivamente: no había indigentes por las calles, especialmente de Villahermosa (municipio de Centro); en las calles de la gran ciudad no se veían limosneros, mendigos, teporochos, etc., pero no porque el problema de salud o pobreza estuvieran resueltos, sino porque sencillamente los atrapaban, los subían a camiones de la policía y los iban a abandonar al sur de Veracruz. De esto se comenzaron a dar cuenta los sureños, quienes respondieron del mismo modo: le regresaban los indigentes a la tierra de Chico Ché, a esa que llaman “Edén”.
Ahora es precisamente Tabasco el que se coloca en los reflectores de la crítica por un inspector de Comercio que miserablemente le confisca unos cigarros a un niño indígena tzotzil y lo obliga a tirar los dulces de su canasta que eran para vender. Ver el video donde el niño llora amenazado por el tipejo, es realmente desgarrador. La actitud del patético funcionario es la más asquerosa de las bajezas.
No es nuevo que los niños salgan a las calles y sean explotados. En la experiencia periodística nos hemos topado con niños a altas horas de la noche en los portales de Córdoba o cerca de los antros de Minatitlán, obviamente explotados por adultos abusivos que los mandan a vender cigarros o dulces.
Así mismo, en varias partes de la entidad veracruzana se ha visto especialmente la llegada de indígenas chiapanecos (distinguibles fácilmente por su ropa o acento) para vender dulces o simplemente pedir limosnas en las esquinas, y que al parecer están llegando por hordas, ya sea porque Chiapas es un estado donde la pobreza es realmente palpable o porque sencillamente son traídos para trabajar como mano de obra barata. Aquí ninguna autoridad ha puesto atención.
En Minatitlán hay un chiste local que ilustra lo anterior: que cuando el hombre llegó a la luna, ya había una paisana diciéndole “¿Va a querer totopo, queso crema, camarón seco, manito?”.
La pobreza obliga a los pueblos a migrar y no es un fenómeno nuevo. No por nada los productores de cítricos de la región de Martínez de la Torre viajan a varias partes del estado para vender sus limones o naranjas; o la gente de Actopan viaja por la entidad ofreciendo su mango, etc.
La situación actual obliga a la gente a movilizarse y ya no confiar en que le caerá la ayuda del cielo y es por eso que también se ven carpinteros de la sierra de Zongolica vendiendo muebles que llevan a cuestas o limosneros que vienen de Puebla a lugares turísticos como Coatepec para mandar algo de dinero a su lugar de origen.
No por nada hace poco se conoció también que la situación de violencia en los estados de Michoacán y Guerrero, ha obligado a muchos a desplazarse a otros lugares y Veracruz (incluido Xalapa) no es la excepción: llegan porque quieren trabajar, son gente muy chambeadora, que se levanta muy temprano y termina muy tarde, de sol a sol, trabajando. En la zona rural de Minatitlán es palpable lo anterior.
Hay crisis, hay pobreza, hay violencia, y luego entonces hay hambre. No hay una circulación de dinero. No por nada no se ven las fotos de las playas abarrotadas que comúnmente se manejan en estas épocas. La gente no sale --en mi humilde opinión-- ya sea por miedo a la violencia que sigue (y puede incrementarse en los próximos meses) o sencillamente porque no hay dinero: no hay para viajar, así sea lo más barato.
Y Veracruz tampoco está lejos de lo que sucede en Tabasco, sólo que no ha habido la voluntad para denunciarlo: en Boca del Río hacen una “ley” que prohíbe la presencia de los indigentes. En Córdoba y Orizaba (donde la “élite” se siente parida por Dios) arremeten contra los indígenas que venden frutas o dulces, como recientemente ocurrió en la Ciudad de los 30 Caballeros cuando inspectores municipales agredieron a un vendedor ambulante de uvas y le tiraron toda su mercancía a la calle.
Esa es la verdadera podredumbre. Los verdaderos indigentes que se pasean por las calles pidiendo voto como si fuese limosna, causando lástima: por eso son indigentes de la política. A esos son los que hay que mostrar desprecio.
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